lunes, 26 de septiembre de 2011

XI. De Chorrillos con amor

Lunes, 21 de junio de 2010
El semáforo detiene pesadamente el bus y Lucía mira su reflejo en la ventana. Empina sus ojos hacia el cielo grisáceo y sólo logra verse a ella misma. Sentada como está, su pierna izquierda contiene la mano derecha de Javier recostada, detalle que no le molesta. Lo que la molesta es no poder verse, es decir, ver el reflejo de sus ojos devuelto en la ventana que tiembla al compás del motor. Esos ojos que cada vez que los necesitó ante un espejo de mano han decidido por ella el final de muchas de sus noches.
Imagen por Lady D✩ 
Hace horas, Javier quiere vomitarle una pregunta y no encuentra el momento. Él tenía en mente un hotel cuando abandonaron la cafetería. Como una niña de la mano de su padre, Lucía siguió a Javier sin complicarse. Era verdad que el partido de fútbol estaba aburrido e invitaba al sueño (que, no sabía, compartirían luego). Por apurados, tomaron uno de los destartalados buses que crujían con cualquier mínimo orificio de la pista.

Un par de semanas atrás había comenzado el Mundial de Sudáfrica. En esa región del globo 32 selecciones nacionales debatían detrás de una pelota la azarosa membrecía de Campeón Mundial. Mientras tanto, en la radio de la carcocha de tres décadas, si no más, de antigüedad, un narrador comentaba el insulso partido entre España y Honduras. Aseguraba estar transmitiendo a ras de cancha desde el mismísimo estadio Ellis Park en la ciudad de Johannesburgo.

“Fingen”, dijo Javier, como quien da un pase al callejón. “Los pendejos han puesto audio de estadio pero lo están viendo por cable nomás”, dribleó. Lucía lo miró, se percató de los rulos angelicales de Javier por un instante y mandó al carajo sus insípidas palabras: “¡Qué importa!, sólo quiero ver al churro de Villa”. Javier murmuró una risa, quiso darse por aludido. Antes, acordó consigo mismo que el próximo gol que metiera en las pichangas de su barrio sería cerrado con unas de las celebraciones toreras que copiaría de su lejanísimo par futbolero y enemigo platónico español David Villa.

El grito de gol del narrador comenzó a mover el bus. España retomaba la senda del triunfo, se convertía en una máquina futbolera y no pararía ni con el trofeo en sus manos. A diferencia de Javier, que apenas e iniciaba su periplo hacia el fracaso.

Ocurrió lo mismo de siempre: sabía adónde ir sin saber dónde quedaba. Hay hoteles en todo Lima, pero aparecen cuando menos se les necesita. Ahora, que le urgía encontrar uno, caminaba las calles en su mente y no encontraba, no recordaba ninguno. Lucía aprovechó su indecisión para pedir que fueran a comer mariscos cerca a su casa, en Chorrillos. Javier, que necesitaba tiempo para pensar en un lugar, aceptó de mentira.

Ella había venido muy temprano a clases, su desayuno a base de yogurt y frutas era insuficiente para que resista hasta las clases de la noche. Lo único que no se olvida es el hambre. Él prometió comprarle un chifa en el camino. “¿En el camino a dónde?”, preguntó ella. Javier no encontró sentido en esconder sus intenciones y en el último asiento del microbús, le dijo a la oreja que iban a un hotel.

Lucía se contuvo. Apenas se escuchó un pitido, sus ojos saltaron. Qué se habría creído Javier para pedirle eso. El partido seguía sonando por la radio y España marcaba el segundo gol. El grito del comentarista mentiroso sirvió para apañar el pequeño escándalo que Javier atizó con su propuesta. Era un NO rotundo, Lucía se sentía para Javier, como quien dice mucho calibre para tan triste pistola.

Fue una lucha de poder. Entre ella que resistió y él que insistió, cada vez sus argumentos eran más disparatados. “Sube para comprar el chifa al toque”, le decía. Lucía sabía que si cruzaba el umbral de ese recinto tan impropio de una chica de su estatus, es decir, cinco estrellas, estaría perdida.

“Para esto buscas al inútil de Javier, ¿no era lo que querías? No te hagas la digna y sube”, pensaba Lucía para sí misma, como animándose. Un suspiro la tranquilizó y empezó a subir las escaleras de un hotel escondido del Centro de Lima. Entró más por hambre que por ganas de estar sola con él.

Si no fuera porque Javier le había prometido ingresar por la puerta trasera, un conducto secreto que los llevaba directo a los dormitorios y era perfecto para evitar la incómoda espera al pagar en el zaguán, no iba a entrar a ese hotel, nadie nunca tendría la fortuna de verla entrar a esos lugares.

Era la primera vez que pisaba uno, acotó Lucía en las escaleras. Javier le pidió que no sea mentirosa. Lucía le dijo: “Es verdad, con Tiger íbamos a mi casa”. Tiger había sido su primer y único hombre hasta esa tarde.

Una vez adentro del cuarto, prendieron el televisor. Un viejo Phillips de 21 pulgadas entregaba el césped amarillo del estadio sudafricano. En efecto, España le ganaba a Honduras por 2 a 0 sin apuros. La pantalla no era la única ventana al mundo que había en ese cuarto del segundo piso. Una cortina roja coqueteaba con el viento caprichoso que se colaba.

No pasaron cinco minutos y Javier ya estaba completamente desnudo. Encaramado sobre Lucía, alentado por las vuvuzelas, intentaba besar su cuello sin éxito. Algo la molestaba, algo que se encontraba más allá de la ventana, la miraron juntos unos segundos. “¿Qué pasa?”, preguntó calmado. “No quiero estar aquí”, dijo Lucía mirando de costado.

Javier pensó que todo se venía abajo, 40 soles al agua. “¿Y eso a qué viene?”, preguntó. “¡No, no puedo, vámonos!”, dijo y se fue al baño. Javier la siguió y le pidió explicaciones mientras ella lavaba sus manos, arreglaba sus cabellos y medía la apariencia de su ropa en el espejo. Él esperaba una explicación, ella mantuvo silencio, los minutos corrían, no se hicieron esperar los golpes en la puerta: “Lucía, abre”.

“¡Mi papá me está mirando!”, pronunció ella. Javier no entendió, creyó que su padre era Dios. Lucía estaba loca seguramente, su padre la había abandonado cuando tenía nueve años, ella se lo había contado. En la habitación 203 no había nadie más. Si alguien los espiaba por esa ventana jamás se le hubiera ocurrido pensar en el padre de la chica que quería desnudar. “Sal a la ventana, en ese edificio morado, allí trabaja mi papá”, dijo.

En la avenida Wilson, en una de las oficinas más altas de la Sunat, el señor Castello trabajaba parejo para pagarle los frijoles a los medios hermanos que Lucía, su primogénita, conocía poco o nada y que estudiaban Administración en la San Ignacio. La sola presencia de su padre a menos de 100 metros fue lo que la perturbó.

Discutieron un momento, Javier no quería dejar el cuarto. Se le ocurrió una idea, cambiarse, pedir el  ala oeste del hotel. Javier volvía a ponerse su ropa. Esperaron a que acabara el partido de España, terminó 2 a 0. En total, habían demorado quince minutos en la habitación 203, tiempo suficiente para que la recepcionista no acepte el cambio de cuarto.

Javier estuvo cerca de resignarse. Recordó que Lucía no aceptaría una negativa a su vuelta. No conseguir el cambio de cuarto era un fracaso, para ella era muy simple como argüir incomodidad en la suite. Javier apeló a los ruegos para ser cambiado de habitación, “¡en 15 minutos ya destruyeron todo!”, rugía la recepcionista, con conocimiento envidiable de sus clientes. “No, señora, todo está en orden, ¡palabra!”, juraba Javier besándose el pulgar.

La recepcionista se perfiló sin dejar de mirarlo y con una señal de ojos ordenó al Jefe de Limpieza, un joven de mirada triste, subir a verificar el orden en que se encontraba la alcoba. Subieron juntos, Javier quiso romper el momento incómodo, “¿la gente suele pedir cambio de cuarto?”. “No te preocupes, flaco, no eres el primero”.

La mayoría de parejas que cambian de cuarto lo hace por una razón simple: “se animan por la matrimonial”, comenta Luis, el jefe de limpieza, mientras abre la puerta con la llave maestra. Lucía los escucha, se levanta de la cama, se abraza a sí misma por pudor, está intacta, su ropa no está descolocada por ningún costado. “Una prueba de que no han hecho nada”, piensa Luisito al entrar.

Felizmente, Lucía tuvo el tino de arreglar las sábanas movidas y devolver la toalla de cortesía a su lugar: sobre la cama. El momento es incómodo, Luisito mira el culo de Lucía, ella camina unos pasos hacia el espejo, él bordea la cama, hunde sus manos ciegamente debajo de la colcha, levanta la almohada sin miedo de encontrar alguna mancha o jugo seminal, “está como la dejé”, piensa.

Continúa en el baño, no se percata que falta el jabón que fue utilizado en las manos de Lucía, quien observa la escena con vista panorámica desde la puerta. “Sigue nomás, flaquito”, señala Luis la puerta. Con la otra mano, entrega las llaves de la nueva pieza destinada para ellos, la 405.

Cogen la llave, se van felices, se sienten cómplices, quieren reír juntos y se contienen, esperan subir las escaleras para soltar las risotadas del caso, sin embargo, en un momento de cordura Lucía le recuerda que tiene que comprar el chifa que prometió.

Al abrir la puerta, Lucía verifica la vista panorámica de la calle. Era perfecta, pensó, los balcones sucios de las casas y negocios aledaños apagaron el pudor que le quedaba. Su padre ya no la miraría, todo estaba bajo control excepto el chifa. Javier quiso besarla al pie de la cama pero ella lo detuvo: “cumple tu promesa, quiero mi Chi-jau-kay”, ordenó.

Javier pensó que era una coartada. Que en cuanto se fuera a comprar, Lucía aprovecharía para fugarse de allí. Preocupado, la llamó cada dos minutos desde que llegó al Chifa, tuvo la desfachatez de preguntarle, cuando estuvo en la farmacia, qué marca de preservativo prefería. Ella le pidió que la sorprendiera: Javier compró unos rutilantes látex de marca Jäger que venía en una simpática caja roja.

El color de la cajita erizó a Lucía, muchos meses después ninguno olvidaría el detalle de los condones y siempre que quisieran rememorar esa tarde, sólo pronunciarían esa palabra de origen teutón: Jäger. Javier prendió la televisión para esperar que Lucía termine de comer. Ella mordía el wantán frito con delicadeza, le rociaba el jugo de tamarindo al arroz y aplastaba con los dientes los pedazos de pollo. Esta imagen transportaba a Javier al futuro, pensó que ella trataría con la misma educación al amigo preso de dentro de su pantalón.

Cuando Javier hizo notar su combustión a Lucía, ella dejó el táper a un costado, miró su reloj. “¿Ya no vas a comer?”, preguntó él. “Huevón, me quitas el apetito con tus palabras”, dijo. Javier probó los pedazos de pollo. “¡Y quita ese canal de porquería!”, dijo Lucía, molesta por el canal porno que la hacía ver. “El control es tuyo”, dijo Javier con la boca llena. Ella apagó el televisor. “No sé qué hago acá”, se arrepentía, recogiéndose los cabellos.

Fue cuando Javier sorprendió, la atacó directo al cuello con la vehemencia de un tiburón blanco. Ella dijo que la suelte, Javier la sentó a la cama, fue brusco con ella, que se volteó y le dio de manotazos. Él logró calmarla con unas frases suaves y cortas al oído. A pesar de estar con ropa se movía como si no la tuviera. La calentó con movimientos circulares y besos debajo de la oreja, quiso arrancharle la blusa morada.

Javier se quitó el polo, dijo que hacía calor. A los minutos, volvió a cometer el mismo error, estaba desnudo tratando de cornearla con los recursos conocidos. Sólo se lastimaba en el pantalón de Lucía, no le importaba y arremetía cuanto fuera necesario para que Lucía aceptase. Cada vez que estaba con Lucía, él secuestraba el amor por considerarlo un estado afectado de la mente, una responsabilidad con la que no quería lidiar.

Lucía pensaba lo contrario, cada impacto de Javier era como un diminuto martillazo que erosionaba los peñascos que formaron sus sentimientos después de terminar con Tiger. Quizá estaba logrando domarla y con ello le devolvía una cierta sensación de felicidad que había perdido tras haber sido golpeada por su anterior relación. Un precipicio separaba el mero sexo de los asuntos serios y al parecer Javier se había lanzado a rescatarla.

Stop”, dijo Lucía. Javier se detuvo a mirarla. Lucía le pidió a Javier que voltee, que mire a otro lado. Él hizo caso, se levantó a mirar el baile de las cortinas, el viento seguía entrando fuerte y su piel que en ese momento era dura como el acero evitaba la sensación de frío que caracteriza al moribundo junio. Escuchó que caía una prenda tras otra: la chaqueta abandonada, la blusa siendo desabotonada, el pantalón friccionando sus piernas y cada una de esas prendas tocaba el suelo como un anuncio de un tiempo mejor, era la abolición del invierno.

Ninguno sabía exactamente lo que hacía o sentía. Él retrocedió unos pasos hasta encontrar el rostro de ella en su espalda, en particular su nariz, con la que ella empezó a inventar círculos concéntricos. Él no se movió hasta la siguiente orden de ella. “Listo, voltea”, llegó. El panorama que encontró lo desconcertó: no estaba desnuda, conservaba sus prendas mínimas. No quiso hacerle la pregunta de rigor (“¿por qué no te quitas todo?”), sólo se encaramó sobre ella.

Le besó las piernas y siguió el camino hasta su boca, sus manos se discutían las regiones de su cuerpo, territorio nuevo y extraño que conocían poco a poco y fueron domando a cuentagotas. Sus brazos convertidos en tenazas buscaban los primeros secretos o las pistas del placer que todo amante sabe explotar sólo con paciencia.

“Dime qué te gusta de mí”, interrumpió Lucía, como si inventara un obstáculo en el camino de Javier. “¿Qué dices?”, preguntó él. “Dime todo lo que te gusta de mí, por algo estamos aquí juntos, ¿no?”, dijo Lucía, pedía una lista de virtudes sobre ella misma. En pocas palabras, Lucía quería que Javier reflexione sobre las características que la hacían especial, única en el mundo, un trabajo que él no se había tomado la molestia de hacer. “Sí, soy vanidosa, no veo ningún problema en serlo”, se cerró Lucía y esperó la respuesta.

Imagen por gabriele chiapparini
En un momento, Javier se sintió obligado a inventar virtudes. Los elogios a su belleza, inteligencia o a la forma de su trasero rebotaban sin menor efecto: “ya me han dicho eso”, decía ella, pesada y molestosa. “Hueles a muerte”, lanzó él. Lucía abrió los ojos, no muy segura de lo que había escuchado. Tiger ni sus ocasionales amantes de la noche le habían dicho algo tan contundente, arriesgándose a perder el polvo.

Lucía coleccionaba esos piropos con un solo fin: construir una imagen de ella misma (muy aparte de la que ella guardaba de sí misma). Cada frase era material para alimentar el enigma de su belleza. Así conocía más a los hombres y sabía lo que ellos buscaban en ella, lo que ellos veían primero y les llamaba la atención de ella. Ese tipo de información en las manos de una mujer como Lucía era peligrosa. Que cualquier hombre respondiera a esa inocente pregunta a una mujer atentaba directamente contra ellos mismos. La supervivencia del género masculino se vería amenazada, pensaba Javier, si cada mujer practicara la vanidad que Lucía exudaba naturalmente.

Javier había pecado de sincero. Era verdad que Lucía era la chica fatal, muchos envidiarían su posición en ese momento, él mismo no lo creía. Decirle que la muerte era su perfume fue su forma de pedirle que se quede con él hasta el final, que lo traía derrotado.

Lucía no tuvo reparos en pedirle que se pusiera el condón, a lo que Javier respondió con una mueca de fastidio. Lucía lo conminó a ponérselo, de lo contrario no continuarían. Él hizo caso y revistió su erección con aquel inamistoso látex que lo ponía de mal humor. Faltaba que Lucía se quitara el hilo, cosa que hizo, insistía en permanecer con los pechos cubiertos, casi como si tuviera vergüenza de ellos.

Entrar y salir al compás de un ritmo misterioso que sólo sonaba en sus mentes, hundir su sexo en el de ella era la confirmación de una realidad que evadieron mucho tiempo. Placer y dolor, no lo sabían, sólo podía devenir en cariño.

Javier aumentó la rudeza, los gemidos de Lucía respondían más al contacto violento de los muslos que a la misma penetración. Por un momento, ella pensó que el ángel Gabriel era quien estaba sobre ella en la pose misionera. Lo cierto es que ella dejó ver sus alas brillantes. Lo cierto era que se acercaban al momento divino, donde uno olvidaba de su nombre y su pasado por conocer la expresión más contundente del presente, la anulación del futuro, la luciérnaga amarilla que no se deja atrapar.

Uno solo era el problema: no quería que acabe, Lucía iba a la mitad.

Hasta allí, ella sintió que cabalgaba un potro salvaje. Si Javier retiraba su arma, podría considerarse derrotado. Al menos, ya había roto la lamentable marca de 90 segundos que ostentaba Tiger (el hombre que Lucía declaraba como su primer y único gran amor). Lucía se había desentendido de él, gozaba ella misma, nadie podía interrumpir su viaje, su interpretación de la pared del cuarto como el primer horizonte que el sexo le hacía traspasar. Empezaba a quererlo.

Para retrasar el estallido, Javier cerró los ojos y recordó el primer funeral que se le vino a la mente. El primero al que asistió, el de su abuela, cuando era pequeño. Recuerda los trajes oscuros, las lágrimas de los asistentes, la última imagen de su abuela dentro del féretro. Nunca se quitó de la cabeza que su abuela todavía respiraba. Su mente sembró nuevamente esa duda. De pronto, el rostro acalambrado de Lucía lo trajo nuevamente a la acción, volvía al hotel que era lo menos parecido a un jardín de la paz. No se podía concentrar, tuvo que pensar en cerdos, ratas, cucarachas para olvidarse que tenía la grupa de Lucía a su merced y dominio. Verla de espaldas lo devolvía a un paisaje paradisiaco que no le permitía imaginarse en escenario más hostiles y marginales al placer.

Lucía pedía con voz acallada que no se detenga, iba por buen camino. “Eres un buen chico”, repetía. Cuatro palabras que se colaron en los oídos de Javier y rebotaron hasta su alma, que no supo contener más y estalló antes de tiempo. La sensación fue de una infinita derrotada combinada con una infinita victoria. Lentamente sus movimientos se fueron apagando, en cualquier momento Lucía se daría cuenta que el recreo había terminado.

Él no dijo nada y continuó arremetiendo hasta dejar de sentir su colgajo. Fueron tres segundos de eternidad, el tiempo que demora en salpicar el alma. Todo había sido depositado en el condón, Lucía se dio cuenta y dijo: “¡no, por favor!”, lamentando la triste performance de su amante, lo que la encolerizó demasiado. “¿Para eso me traes?”, preguntó.

Javier se excusó, dijo que se sentía asfixiado y ahorcado por el condón, que nadie lo había obligado a usarlo antes y ahora se sintió apresado debajo de esa capucha trasparente. Lucía prefería que se calle. Consideraba arruinado el momento, la decepción fue total, ofuscada se tapó con la colcha de color granate, con la amargura había vuelto a sentir frío.

Javier le pidió otra oportunidad. “Ni lo pienses, no habrá otra”, sentenció Lucía. Él la abrazó por encima, guardaron silencio hasta quedarse dormidos.

Cuando Lucía despertó había olvidado la precocidad de su amante. Simplemente envolvió con sus manos el sexo encogido de Javier. Sintió una salchicha dormida. Javier la escuchaba en sueños. Ella aprovechó para explorar: el centro de su pecho tenía una pequeña reunión de bellos, alrededor de su ombligo también, por lo demás podía considerarlo lampiño, su cuerpo conservaba cierto estado atlético, sus dedos eran largos y su cabellera frondosa. Tenía las medias puestas.

Javier volvió a mostrar signos vitales, Lucía dejó de contemplarlo y simuló mirarse las manos. Lo primero que hizo fue tomar su mano y pedir que le frote la entrepierna como le había enseñado. Lucía volvió a ensayar una paja hasta aburrirse y endurecer de nuevo a Javier. Él le pidió educadamente que se la chupara. Ella respondió: “si hago eso no volveré a hablarte”. “No me importa, hazlo”, dijo él egoísta. Ella fue tajante y se volvió a negar.

Él la arrastra por toda la cama con una ola de besos por todo el cuerpo. Intentan una segunda y una tercera vez mientras el sol se va poniendo, se hace de noche. Deben volver a la universidad. Tienen clases a las siete de la noche. Él decide bañarse junto con ella, ella no lo quiere así.

Al pie de la ducha, él quiere entrar con ella y ella quiere entrar sola a bañarse. Javier refunfuña su suerte, la besa junto al lavabo. Ella le pide que entre él primero. Con algo de cariño, quiere creer Javier, ella abre la ducha, accidentalmente sale un chorro frío que ametralla a Javier. Lanza un grito partido.

Abandona la ducha muy mojado. Lucía lo espera sentada en el mingitorio. Le da risa verlo sacudirse totalmente desnudo, le facilita la única toalla disponible. Él le ruega entrar juntos a la ducha pero Lucía es tajante en sus palabras. Le pide que no le haga perder el tiempo, que no quiere llegar tarde a su clase.

Javier acepta, está condenado a los caprichos de su musa. Echado en la cama, secándose con la colcha porque la toalla se la quedó Lucía que se ha encerrado en el baño, piensa que es cuestión de tiempo que escriba una novela sobre ella, piensa ponerle a la personaje principal el mismo nombre que su chica. Cree que todas aquellas chicas que se llaman Lucía o derivados pertenecen a una misma clase de mujeres fatales y enigmáticas por las que vale la pena perder la cabeza un poco.

Escucha que Lucía canta en la ducha, ¿estará feliz?, ¿le habrá gustado?, son las preguntas que carcomen a Javier. Hace zapping y pesca el canal porno. Decide dejarlo allí, es la historia de un jardinero y su patrona, ambientado en México. Lucía cierra la grifería y sale, lo ve sentado en la cama todavía desnudo tocándose las bolas. Esta vez no le dice nada, no mira al televisor, a pesar que escucha los gemidos de las estrellas porno.

Se acerca, lo besa, al parecer ha perdonado que Javier se viniera rápido en la primera ronda. Mientras ella se duchaba, pensó en la pregunta: “¿Qué somos?”, que disparó a quemarropa luego de besarlo y mirándolo sin miedo a los ojos. “Somos buenos amigos”, respondió él. Ella lo siguió mirando, como buscando que extienda su respuesta. Él no debió hacerlo, como era su costumbre, malogró aquella tarde diciéndole: “No te quiero mentir, me gustan otras chicas. Me divierte estar contigo, vamos a llevarlo libre”, y Lucía le cruzó la cara de una cachetada.

“No soy tu puta para que juegues así conmigo”, reclamó. Dónde quedó Lucía la indiferente, ¿de dónde salieron esas prerrogativas de novia? Javier pecó de honesto cuando pudo mentir, pudo decirle que quería algo serio para distraerla. No, él dijo: “Quiero tener la libertad de salir con quien quiera cuando quiera”. Lucía, ofendida, pidió que se vistiese rápido para irse. No quería salir sola de ese antro.

Molesta consigo misma, engañada por un imbécil, descorre la cortina de la ventana, mira a los balcones y promete no volver allí. Salen del hotel a paso rápido, se sienten mirados. Ella siente que tiene tatuado un pene en la frente, no entiende por qué la miran. Al sentarse en el bus, Lucía no mira a nadie. “Sucia”, se repite a sí misma.


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Esta canción le gusta a Lucía.



No se olviden 
de 
participar en 
las 
Plumas Invitadas Tercera Temporada.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Casi hablamos de amor

Hay ciertas cosas que pienso que no le pueden pasar a uno hasta que nos suceden, son esos pequeños momentos llenos de insights cómicos de cuales uno ríe cuando ve comerciales. Ya que se ve un extraño parecido con lo que le sucedió en algún momento. Es que ha pasado tanto tiempo desde la última vez que salí con una chica, que creo que olvide como hacerlo.


Fue el viernes y sin previo aviso que, Pablo un viejo amigo, arregló sin preámbulos ni consultarme una cita doble en el centro de la ciudad con la chica que lo tiene loco y la prima. La idea me estuvo dando vueltas en la cabeza pues me llegó un mensaje suyo mientras aún estaba en clases, por una extraña coincidencia tenía una trabajo de campo en dicha zona.

En el salón, mientras el profesor explica la teoría de un sociólogo, un tal Maslow, me quedo perplejo mientras habla de que todos buscamos las mismas siete cosas en la vida. Él lo llamó la jerarquía de las necesidades humanas.

Lo primero que buscamos es la supervivencia. La salud, que nos permita seguir viviendo. Lo segundo es la seguridad, sentirnos protegidos, a salvo en nuestra casa. Después está el amor. Según Maslow nadie puede vivir sin tener amor o sin buscarlo. La cuarta es el respeto, que los demás valoren lo que hacemos. Nuestras decisiones. Aunque nos equivoquemos. Le sigue la necesidad de entender, de conseguir explicar porque la gente toma decisiones que nos duelen, la penúltima necesidad humana es la estética o espiritual. Sentirnos parte de algo especial y único. El plan perfecto de nuestras vidas. La última es la autorrealización, intentar encontrar nuestra propia naturaleza. Lo que somos.

Hace un año, una semana y dos días que ella se fue de mi vida. Maslow diría que está realizando la última de las necesidades humanas, pero Maslow no tiene ni idea de que es despertarse sin abrazarla o besarla. Así que se puede meter su teoría por donde le quepa. Porque lo único que buscamos todos en la vida, lo único, es ver a la persona que queremos cuando abrimos los ojos por la mañana.

Al terminar la clase tomamos uno de los cientos de taxis que pululan por las decadentes calles de la ciudad. La vista iba cambiando y se iba transformando en una ciudad paupérrima, pintoresca como fantasmal, nos dirigíamos al centro del Averno para realizar un estudio de campo; es decir, realizar encuestas a un público objetivo, de sector medio en un sitio concurrido.

Pienso en Nietzsche y el eterno retorno, no pienso en una extraña repetición del mundo, donde los acontecimientos siguen reglas de casualidad. Es decir, donde haya un principio y un fin que vuelve a generar a su vez un principio. Aunque a menudo se me viene la imagen cuando caí en el Averno por primera vez, a pesar de que todo tiene sabor a nostalgia.

Al bajar del taxi amarillo, Quilca nos recibía con unos niños corriendo tras una pelota de trapo, paredes pintadas con frases comunistas. Decenas de tipos vestido con ajustados jeans y chamarras negras. El plan era simple llenar todas las encuestas posibles con ayuda de dos compañeros de clase, y una ‘conocida estrella de pop local’ más conocida por sus portadas en revistas mostrando casi todo que por su talento. Luego tomaríamos unas cervezas en uno de los locales del centro. Hasta esperar a Pablo, su amada y su prima, así que recorrimos todo Quilca, Plaza San Martín, jirón de la Unión y la Plaza Mayor, 20 encuestas. A la llamada de Pablo, el cansancio del grupo era notorio así que mis compañeros se despidieron de mí.

Ahí estaba yo, mirando a mi pareja más por compromiso que por afinidad. Nos detuvimos en el Averno, se había cancelado el evento que habría ahí, pienso en mi ex, que diría ella si me viera aquí cómodamente, Pablo y yo salimos a fumar unos cigarrillos a la puerta.

-Te fue difícil llegar, le pregunto.
-Sí, en realidad nunca había venido aquí. O sea, sí pero de niño y de día.
-Bueno, todos siempre venimos al Centro siempre para impresionar a alguna chica verdad. Risas.

Minutos más tarde estábamos ahí, mirándonos parados en medio de Quilca, sin saber a dónde movernos. Decidí entonces crear un alter ego, no porque quisiera sino porque estaba en toda la potestad de hacerlo. Pablo es un típico chico sanisidrino, pero como él dice miraflorino de corazón y las dos chicas que lo acompañaban solo querían pasar una noche divertida en uno de los lugares más pintorescos que el Centro ofrece así que me convertí no solo en guía, si no que recomendaba a que sitio entrar y a cual no. Una gurú de la juerga pesada.

La prima se llamaba Alejandra, parecía verme de la misma manera que mi ex solía mirarme, entusiasmada, le hable de Nietzsche y de kundera, y que había sido más que una hermosa coincidencia que ella y yo nos encontremos en el centro de la ciudad, ella parecía agradarle la idea de estar con un ‘chico malo’ que no soy y que jugué a ser ese día.

-Cuál crees que sea el mejor lugar para comenzar nuestra travesía, me pregunta Pilar, la pareja de Pablo.

La miró como analizando cada una de sus palabras y contando mentalmente cuánto disponía en la billetera.

-Bueno, me parece que el De Grot es un buen lugar por donde empezar, siempre hay alguna banda tocando. La última vez que vine había un homenaje a los Beatles.

Convencidas por los Beatles y el por el chico malo que los dirigía nos sumergimos al De Grot. El lugar estaba casi lleno, no había muchas sillas donde sentarse. Hasta que vimos una mesa en la esquina, una de ellas preguntó si llevaba cigarrillos conmigo, y le dije que no.

Presurosos salimos a comprar a un ambulante, cabe recalcar que el más entusiasmado en impresionar a Pilar era mi buen amigo Pablo. Que no dejaba de felicitarme por llevarlo a dicho lugar, cuando regresamos las chicas ordenaron una botella de vino, nosotros cervezas.

Antes de que la banda empezara a sonar, Alejandra, me mirada de forma rara, me hizo toda clase de preguntas, eran tantas que tardaba en darle un buen sorbo a mi cerveza para responderle.

-Enserio también estudias comunicación audiovisual. Pregunta ella con mucho énfasis.
-Sí, de hecho, aunque la gente tiene a creer que somos otra especie de periodismo, no lo somos, no le digas a Pablo ni a Pilar, pero creo que nuestra carrera es más completa. Risas.

Lo que me llamaba más la atención de Alejandra era el polo blanco de The Clash que descansaba entre sus bien proporcionados senos. Que movía al reírse con una gracia mía. Aun cuando le derrame un poco de vino, cuando intente sacar una foto mía de mi billetera fue un momento tonto, que no incómodo para nada la velada.

Las chicas se dirigieron del baño, mientras Pablo, me dice que es casi probable que le simpatice a Alejandra, e hizo otro brindis por mí y el pintoresco local.

La banda instalada toco temas de The Strokes, suficiente para que invitase a Alejandra a movernos de forma desaforada entre la multitud que estaba bailando, fue en el coro que ella tomo mi mano, y yo no solté la suya. Tal vez era un preámbulo de que la besaría aquella noche.

Cuando regresamos a la barra Pablo y Pilar estaban algo más que cariñosos, había sido una velada exitosa me susurro Pablo. Salimos del De Grot, como unos conquistadores, embarcamos a las chicas en un taxi, sin antes cumplir la promesa de intercambiar números, llamar y salir de nuevo con Alejandra, quién me acompañaría ‘a tatuarme’. Me despido de Pablo, y espero que este tome un taxi, prendo mi último cigarrillo, mientras espero el mío. ¡Vaya noche, pienso!

Camino a casa y veo la luna contra mi cabeza, el sonido de la batería aún resuena en mis orejas. Mi taxi obligatoriamente entra por una calle aledaña de mi ex novia, la misma que no he visto en mucho tiempo, no sé si es producto del alcohol, nuevamente pero la veo abriendo la puerta de su casa en forma silenciosa, como siempre, miro y rió.

La mañana siguiente aún con el cuerpo mal trasnochado, hace su aparición Reiner, debajo de mi puerta, me pide que le cuente la noche de ayer, se excusó por no poder ir, y que se encontró con mi ex camino a casa. Yo le respondí, bueno creo que estoy enamorado de nuevo. Él me mira con la complicidad de viejos amigos y me dice, hasta que la beses, la llores y escribas de ella. Ambos reímos.

Hace un años hice un video a una chica a la que quise mucho, regresamos después de hacer este video por dos meses más, ahora que ha pasado un año de lo sucedido pienso que todo lo que sé ahora lo aprendí de ella.




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¿Están listos? Denle play.



Pronto volvemos con los videos del blog.

Y apúntense como PLUMAS INVITADAS. Saludos.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Convocatoria: Plumas Invitadas 2012


Imagen por Atrenado

Por tercer año consecutivo, las puertas del blog se abren a la audiencia lectora. El concurso Choteadas Awards busca premiar a la mejor historia de ficción de nuestros comentaristas denominados Plumas Invitadas. El único requisito es ser lector de este blog exhibicionista.

La finalidad es acercarnos a nuestros lectores y, a la vez, promover la escritura en ellos. El blog es hecho para ustedes y es hora que tomen el poder y lo demuestren. Es importante, también divertido, conocer las preocupaciones que los devanan y les quitan el tiempo. Sólo pedimos una pequeña crónica sobre una choteada que hayan sufrido o ejecutado sin piedad.

Esta convocatoria tiene fecha de cierre: 15 de diciembre de 2011. Rogamos comentar en este post aclarando su intención de participar (usar nickname) o enviarnos un mensaje al mail del blog ( blog.choteadas@yahoo.com ) para enlistarlos y armar los calendarios con tiempo.

La extensión es de dos hojas (no más). El tamaño de la letra es Arial 11 (no más). La historia puede tener el tono que quieran, no tengan roche en eso, como dice Woody Allen: “si se quiebra es drama, si se dobla es comedia”. La historia debe ser acompañada por un video-canción-comercial. Nosotros nos encargamos de la fotografía. Nos reservamos el derecho de edición.

Los dos primeros textos ganadores –de este año y el anterior- fueron La demostración (TucuyRicuy, 2010) y Orgasmo de luna llena (AAC, 2011). El ganador se llevó un polo del blog y un diploma. Si los auspiciadores insisten en retirarse de nuestra parrilla, lamentamos informar que los premios serán los mismos y serán entregados con mucho cariño y sin tristezas. (Aprovechamos para pedir disculpas públicas a AAC, quien todavía no tiene el premio en sus manos, esperamos visitar Arequipa en diciembre).

Como habrán notado, leer el blog es un requisito. Por ello, quienes quieran participar deberán escribir un pequeño comentario contándonos por qué les gusta o por qué les decepciona el presente blog. Ni el Mago Markarián lo hace tan fácil. ¡Anímate a ser Pluma Invitada! Quizá sea la última temporada antes del retiro.

Queremos tocar la puerta de aquellos que les gusta escribir y no se atreven, los que escriben y no publican, los que publican y nadie lee.

¡El blog se abre para todos!

Atte.
el staff

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A 10 años del 11-S: un video paja de Nueva York.



viernes, 2 de septiembre de 2011

Estados orgiásticos


Es domingo por la tarde y hace frio. La resaca del día sábado lo hadejado literalmente postrado en su cama con su pijama azul marino. De pronto, mientras Adrien Brody escapa de los nazis y busca refugio donde pasar la noche; irá sin saberque va a la casa de la mujer que ha amado desde antes deque comience la guerra. Dos años después y ella está parada delante de él, atónita y embarazada de otro. El teléfono empieza a sonar por cuarta vez. Es momento de poner pausa al Pianista. Maldice, quién podrá ser un domingo de resaca, quién.



Imagen por eddfirm

Cuando llegó al teléfono este sonaba con más fuerza, lo que le produjo mal humor ya que, las dos veces anteriores que contesto había sido números equivocados. Sin embargo, cuando este levantó el auricular escuchó una voz dulce que lo llamaba por su nombre, lo cual le pareció aún más perturbador, hasta que escuchó que lo llamó de nuevo y reconoció la voz que lo nombraba, era ella.No puede ser, ella estaba en Cuzco.
-Hola,acabo de llegar a Lima. Pensé en llamarte y saber ¿cómo estás?Le dijo algo nerviosa, desde el otro lado de la linea, tratando desonar algo relajada aunque no podía.
-Yo bien, aquí con frío, viendo el Pianista. Buena pela. En serio deberías verla.

Ella pensó ¿Deberías verla? Deberías verla, es lo mejor que se te ocurre,en casi dos meses que no hemos hablado.¿ Deberías verla?. A veces pienso que es idiota. Pero aún así lo ha echado demenos.

-¿Qué harás más tarde? ¿Hay que vernos? Tengo tanto que contarte, tanto que... Uff no sabes.

No sé pero es que hay veces que las mujeres piensan que lo pueden arreglar todo con un 'podemos vernos'. No puede venir un día cualquiera y simplemente cambiar mivida, es que simplemente no puede, piensa él.

-Bueno,por lo pronto terminar de ver la pelicula. Después dormir un poco más, y más tarde nos encontramos en el Maria Raiche.
-Enserio irás, pregunta ella.
-Sí,igual casi siempre voy, alardea él.
-Entonces nos vemos a las siete ¿está bien?, estaré cerca a la fogata.
-Estábien. Nos vemos más tarde.

El Maria Raiche no es un típico parque miraflorino. De noche se pueden observarlas líneas de Nazca hecha de flores perfectamente iluminadas por luces ámbar. No obstante, los domingos se convierte en un punto de encuentro donde jóvenes de todas partes de la ciudad se reúnen para tocar 'los tambores de lapaz' adorar a la Pachamama, encontrarse consigo mismos, fumar, hornearse o simplemente para sentirte hippie por un día a la semana y comentarlo en el Facebook.


La primera vez que él fue al Hippie Sunday, fue porque ella. Quien lo llevó varias semanas antes que se vaya. Ahora él estaba ahí buscándola entre la multitud, entre el viejo chaman Melquiades y su agudo pututo, entre llamas y olores místicos. La encontró al otro lado de la enorme fogata que los separaba como se lo había dicho. Ahí estaba ella sentada,hermosa, frágil con una flor roja en la oreja y su cabello castaño pintado de color oscuro. Ella tenia los ojos cerrados estaba en trance o meditación; mientras él buscaba contacto visual.

La mayoría de personas danzaban al ritmo de los tambores y de las flamas que cubrían el centro del parque.Él también bajo elestado orgiástico en el que se encontraba empezó a bailar, aunque siempre tenia la mirada puesta en ella, quien tenia los ojos cerrados todavía.Cuando los tambores dejaron de sonar por escasos segundos, ella abrió los ojos y, lo vio, le regalo una sonrisa cómplice y le indico con un ademan que se acercara a ella pero era casi imposible, ya que tendría que bordear a la pequeña multitud que los separa y la docena de tambores que tocan detrás de ella, así que gentilmente le explico con la mano que iría después.

Un viejo amigo le toco el hombro y conversaron por cuantiosos minutos, mientrasque el amigo pregunta por la chica que no deja de mirar desde hace buen tiempo.Su nombre es Francesca. Le dice.


-Vaya que sí es linda, le responde el amigo.
-Más que eso, le responde él.
-Pero si la extrañas o necesitas ¿Qué haces aquí? Vamos ve por ella. Le da ánimos su amigo.

Sin embargo mientras él y su amigo discutían la forma más adecuada para hablarle, Francesca ríe a carcajadas con un tipo que la toma de la cintura cada vez que puede. Cuando él se percata de lo sucedido incomodo por la situación decide marcharse y se despide de su amigo sin más preámbulos. Francesca anotado su ausencia y sale a su encuentro.

-¿Qué te vas sin despedirte? Le pregunta Francesca al encontrarlo.
-Bueno es que, ya es tarde y mañana hay clases.
-Dejade hablar y dame un abrazo.

Ella lo abraza y él a ella. Su cuello contra su hombro, sus brazos con su cintura,sus labios a su cara. Segundo eterno. Ninguno dice una palabra, ninguno desea soltarse. Han pasado dos meses desde que ella se fue, y ahora ha regresado. Dos meses, sabiendo de ella por paupérrimos mensajes de texto, la distancia, el tiempo, el clima los separaron pero nada de eso importa ella está con él. Hasta que un silbido interrumpe el momento.

-¿Y él?,pregunta.
- Ahhh es Santiago, mi breda. Dice ella.
-¿Breda?No jodas Francesca, no me vengas con huevadas.
-Enserio, lo es. Lo conocí en Arequipa. Y es que he estado en tantos lugares queno te imaginas, como Pisco, Ica, Cañete, y hasta Puno. Moría de frío.
-Me imagino, supongo que necesitabas ese viaje.
-Sí,ahora todo volverá a ser como antes ya verás.

El mismo silbido los separó de nuevo.

-Bueno,supongo que ya tienes que irte.
-Sí,creo que sí. Pero no importa pues, nos vemos mañana en clases no.
-Sí supongo. Te cuidas un beso.

'Hay es mi breda' se va repitiendo en voz alta, cuando ya ha dejado a Francesca varios pasos atrás.' Si bastante son eso, y seguro no han tirado tampoco'. Gruñe de impotencia mientras golpea un árbol del camino. Francesca lo observade lejos y no puede creer que él aún tenga celos, pensaba que había madurado y por fin pudiese entender la libertad del amor en su real dimensión y separar el verdadero amor del sexo o deseo carnal.

Es lunes y él está sentado en clase de redacción publicitaria. La clase ha comenzado hace 15 minutos y ella no ha llegado. Parece que no vendrá, piensa en voz baja.Mientras la profesora pasa diapositiva tras diapositiva él mira la ventana, y la ve sentada afuera, en la rotonda que da para el campus de la su universidad. Le hace señas con la mano, no escucha lo que dice pero lee sus labios. 'Tú crees que la profe me dejara entrar', y él le responde moviendo los dedos en señal de negación.

Vuelve su mirada a la diapositivas, mientras la profesora habla del concepto defelicidad que vende Coca- Cola. Él se para de su carpeta, se excusa con ir al baño, y va por ella. Francesca lo espera sentada en la rotonda con sus pantalones focalizados de colores y una extraña pañoleta en la cabeza y sus eternas converses moradas que con todo combinan.

-¿Porqué te demoraste tanto en venir?, le pregunta ella.
-Será porque estoy en clases, mongolita.
-Hay pero igual es el primer día ¿no?
-¿Qué dices? Si las clases comenzaron la semana pasada.
-No meseas taradito. Es la primera clase que yo vengo. Vamos quédate.
-Créememe gustaría, pero luego tengo dirección de actores, es más tú también.
-Me cago en los actores.
-¿Qué actores? Es dirección de actores.
- A chucha, me huevee. Pero es lo mismo, quédate vamos a elevarnos un rato.
-France,tengo clases y tengo que ir qué te parece si después de clases nos quedamos juntos un rato.
-Bueno entra tú si quieres. Estaré en biblioteca.
-En biblioteca tú, le responde él sorprendido.
-Qué piensas, que sólo tú lees filosofía.
-Bueno,entonces después de clases en biblioteca.

Cuando la clase termino él salió a toda prisa rumbo a la biblioteca, pero lo detuvo una insoportable compañera preguntándole si ambos eran parte del mismo grupo y cuando se reunirían para avanzar el trabajo. Él se excusó de forma prudente mientras aquella chica no lo dejaba avanzar. Hasta que él prometió ir a su casa en persona a debatir todo el día si era posible, pero que no se podía quedar conversando con ella.

Francesca estaba sentada de forma extraña, rascándose una axila bajo la mirada desinteresada de algunas chicas que hacían comentarios hirientes respecto a su extraña forma de ser. Qué lees le preguntó él, y ella, le respondió que a Oshen y el altruismo.

Ella guardó los libros en su morral, mientras ella hablaba de Gandhi y su protesta pacífica contra la corona inglesa que por aquel entonces subyugaba al pueblo hindú. Escuchar equidad de sus labios producía en él una extraña nostalgia de un amor del pasado y mientras la escuchaba atento soltó una sonrisa pícara.

Se dirigieron a un parque, mientras Francesca sacaba una manzana de su morral, le hizo tres pequeños agujeros. Relleno uno de ellos con una planta verde, lo prendió y se lo pasó a él, mientras se elevaban. Ella le dijo que durante su viaje había aprendido a meditar, y cerró los ojos como aquella noche en el Maria Raiche pero esta vez era distinto, ella lo guiaba otra vez del estado orgiástico en que se encontraban, su mente se abrió camino y la sensación de llegar al cielo lo invadía a él, luego ella hablo sobre buda, Dalí y las técnicas de meditación que le enseñó Santiago, su breda durante el viaje.

Al día siguiente mientras escuchaban clases de Administración de empresas II, el celular de Francesca empezó a sonar, y cuando ella intencionalmente exclamo en voz alta un 'qué lindo'. No cavia dudas, el mensaje probablemente sea del tal Santiaguito de los cojones. Piensa él devorado por los celos que lo corroen.Minutos más tarde él le explica a Francesca las clases pasadas mientras le pide que después de clase se quede con ella. Él necesita decirle algo importante.Cree que es momento de decirle todo lo que siente por ella, que el tiempo sólo ha dormido aquel sentimiento que ha regresado a su intensidad con su pronta llegada.

No tuvieron clase la siguiente hora, la profesora del siguiente curso tuvo un accidente y no podrá asistir, comunicaron a los empeñosos estudiantes, empero dos horas después tenían otra clase más. Así que con aquella noche le cayó como anillo al dedo. Fueron al mismo parque de siempre, volvieron a elevarse, adarse abrazos y él a intentar besarla sin éxito. Mientras ella recogía flores del piso él observó el hilo rojo que sobresalía de su blue jean.

¿Es uno más de tus hechizos?, le pregunta él bajo el efecto de alucinógenos, ella no dice nada lo mira y se rió. Lo observa detenidamente, le toma la mano y lo lleva hasta su pierna, él es presa de una pequeña erección que no puedo evitar,ella sigue moviendo su mano y la lleva hasta un pequeño agujero que posee sus jeans azules. Sin pensarlo él retira su mano y la lleva hacia su alba cintura.Ella lo detiene y le pregunta.

-¿Realmente me quieres?
-Claro que sí France. Siempre lo he hecho, es por eso que me he tragado cada vez, que estás con un imbécil, una chica o incluso con un desconocido.
-Perdóname.Mi intención no es lastimarte.
-Lo sé France, lo sé.
-Sí me quieres tanto como dices, me seguirías a donde me vaya.
-Al findel mundo si fuera posible ida y vuelta.

Risas.Humos.

-Si me quieres tanto como me dices, dejarías todo y te irías conmigo. Lima me enferma,me asfixia.
-Me gustaría irme contigo, pero no ahora.
-Porqué no. Piénsalo, estaríamos juntos siempre, y a veces creo que esa fue la única razón por la que regresé, para pedirte que te vayas conmigo.

Silencio.Humos.

-No, no puedo irme. Si me voy viviría tus sueños y renunciaría a los míos.
-Entonces no tiene sentido esto, responde ella. Regresemos al campus.

Caminaron en silencio, caminaron lento, casi por inercia, seguían los giros del humo convertido en rieles de una montaña rusa que de deshacía poco a poco. La bajada vino en clase, a través de papelitos que contenían mensajes calientes o una tormenta de palabras inconexas. Fueron los primeros en salir de la clase, en realidad él la seguía,él seguía la ruta de la chica de los cabellos tupidos.

Aquel día volvió a salir en sol y su luz lo sorprendió tanto que ella parecía invitarlo a un mundo de libertad. Para cuando quiso detenerla, antes de doblar las escaleras, apareció Santiago, con las maletas listas para irse a Chile. Fue lo único que logró escuchar, que se iban a Chile. Él huyó despavorido, sin tiempo para ver los gestos contrariados de Francesca y la pequeña discusión que armó en la pareja.

Ella no se iba con él, no ese día de sol y cielo azul. Ella se iría una noche entre setiembre y agosto, como le dijo luego por teléfono, el único medio por el que ahora hablaban. Ella ya no va a clases, ya no importan, dejará todo el semestre pagado, dejará este mundo material, su vida está en otro lado, se muere si no viaja, o sólo se muere su espíritu. Él se muere si no viaja con ella. “No te mueras tan lejos”, le rogó él. Quizá lo que le pidió fue que sea siempre la misma.

La confianza se ha roto, la amistad se ha quebrado, o la señal del celular no es buena que los une pero no los comunica. Su vida está aquí, en la ciudad, con la comida lista y el agua caliente. “Seré el calor de tu invierno”, le dice ella, él entiende eso como el primer y último ruego de los labios de Francesca. Ella comprende su silencio y no acepta su cobardía. Nos volveremos a ver, poeta, cuídate.

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Esta historia en una canción