jueves, 16 de junio de 2011

Déjala dormir (Episodio Final)


Duerme, hermosa. Sigue durmiendo por siglos. Tus ojos ya no conocerán más lágrimas ni adioses. Ahora tu reino es magnífico y se extiende desde el sueño hasta el sueño. 
(Lorenzo Helguero).

Fotografía por Gabriele Chiapparini
No estábamos solos en la cocina. Agazapados en una esquina, al costado de la refrigeradora, donde normalmente dejan secar los platos, un sitio estratégico sin duda, el paciente Athos intentaba besar a Rozzenda. Reprimieron sus juegos de seducción cuando vieron que S entraba conmigo por un vaso de agua. Se quedaron como estatuas, arruinamos su momento, hicieron silencio a la expectativa de lo que pasara.

Estoy concentrado y derretido por los ojos de S, lo demás no quiero entenderlo, me avoco a resolver su enigma y esperar la comunión. Como un nadador sumergido en una piscina olímpica, desatiendo las imágenes del exterior. Las risillas de esos dos espías entran por mis oídos como arpegios interestelares. Sólo estoy para escucharla, sólo vine para eso.

–Perdóname por estar confundida –dispara S–.
–Perdóname tú a mí por no buscarte todo este tiempo –admito–.
–Perdóname por jugar contigo, de verdad no quisiera –confiesa–.
–No te preocupes, es imposible querer a una sola persona a la vez.
–… –se entrega a un pedazo de mis labios–.
–Te he extrañado mucho, he querido llamarte cada día, cada noche, S.
–Yo también –la beso, dejo que me bese–.

Otra vez ella no me va a liberar tan fácil, minimiza mis fuerzas que se concentran en un solo punto, el de su boca. S, con la cara despintada, me mira dulzona, oficialmente no nos besamos, sólo nos entregamos a un pedazo de nuestros labios, lentos, sin mojarse mucho, con S prefiero el erotismo antes que el sexo. A diferencia del pasado que la besaba apresurado, como un niño loco, ahora quiero disfrutar todos los sabores de su cuerpo.

–Hey, acuérdate, primero es el agua –interrumpo– dime dónde está el agua –¿qué estudio científico avalaba mi creencia de que el agua, a menos que se la echara encima, le curaría el malestar etílico?–.
–No sé, no hay agua –y me miraba con cara de bésame, pero yo pudoroso, lo sé, la cagué, no quería aprovecharme–.

Athos y Rozzenda se ríen en la otra esquina, se toquetean, bien que deseaban hacer lo mismo. Por mi parte deseaba que desapareciera la escenografía, los micrófonos, la perfecta iluminación, los actores y actrices de reparto, extras, guiones, sólo deseaba que sobrevivieran S y los bocaditos.

–Eres muy bella, S.
–No mientas.
–No miento, te he visto en pijamas y…
–¿Cómo?
–Aquella foto con tus gatitas y sales preciosa –se ríe–.

Me mentí yo mismo, no a ella. Me pasé el tiempo pensando que el día que volviera a besar a S sería, no sé: en un cine, una banca de la universidad, el último piso del Centro Cívico, un mitin de Ollanta, una celda para reos primarios, cualquier esquina del mundo, incluso el cuarto de un hotel, y no en su cocina, espacio pulcro donde seguramente había desgranado arvejas o picado las cebollas de un rico lomo saltado que debo haber comido en un mundo imaginario. El poeta Toño Cisneros tuvo razón cuando dijo que el amor nunca se separa de la comida. Son dos momentos enlazados, irrompibles, ancestrales.

De repente, llevada por un arrebato, S huye de mí, abandona la cocina y vuelve a la fiesta. La tomé del brazo, quería irse y la solté. Rozzenda y Athos se acercaron a preguntarme por lo sucedido hace unos minutos. Debí soltar una frase cursi y procedí a contarles un poco de lo acontecido para creérmela yo mismo.

–Entonces qué haces acá, ¡anda por ella! –dice Rozzenda–.
–Dale unos minutos, que descanse –le respondo–.
–Huevón, si se duerme te olvidas de ella –aumenta Athos–.
–No puedo entrar, no es mi casa.
–Pato, pendejo, toda la fiesta te está envidiando y te quieren sacar la mierda –ingresa Teni a la cocina con los puños cerrados y altaneros–.
–Ja ja ja. No te preocupes, sabes que con medio ron encima ya soy invencible.
–¡Buena, Pato! –me choca las manos–. Esas retorcidas que te diste para besarla, sólo las haces tú.
–¿Cuáles retorcidas? –pregunto–.
–Por favor, esta es una conversación privada –interviene Athos un poco sonrojado, causando el arrobamiento de Teni que se retira resignado. Rozzenda sale con él, pero enrumba al cuarto de S–.
–Huevón, te está esperando en su cuarto –continua Athos–.
–Athos, por favor, cómo hablas así.
–Es que tú eres muy monce.
–Sí, lo sé. No quiero parecer apresurado, viejo.
–Cholo, esa huevona te quiere, me ha hablado de ti –la pregunta sería hace cuánto que no lo hace–. ¿Qué le dijiste?
–Bueno, lo necesario, que la extrañaba –dije–.
–¿Nada más?
–Ya me ha pasado, luego no se acuerda de nada.
–Cholo, ¡tú sí la haces!
–Espera, Athos. “Sí la haces” es una frase un poco machistona, por favor, mejor dime tú sí puedes.
–Como quieras, brother, pero ella te está esperando en su cuarto.
–Viejo, d´Artagnan va a querer pegarme.
–Qué chucha, huevón.
–No quiero broncas.
–¡Pasa nomás!
–Yo voy a ir, yo voy. Contemos hasta diez.
–No, loco, pídele permiso a su hermana nomás.

No era mi casa, me sentía un extraño, un ladrón que acaba de robarse la joya de la fiesta, el alma más brillante de ese castillo sumergido en las tinieblas. No se descarta que algún invitado que camufla mejor que yo su cariño por S, o alguno de los muchachos a los que acusé de robar mi ron Cartavio Superior, me apuñale aprovechando la oscuridad y esconda mi cadáver en una de las bañeras de la casa.

–Charlotte, ¿puedo entrar a hablar con S?
–Sí, con toda confianza.

“Gracias, bella”, digo en mi mente, “lástima que tengas novio”. Avanzo, veo tres puertas, elijo la que recuerdo es la habitación de mi amada dormida. Abro la primera de la izquierda, con miedo de encontrar a otro chico tendido a sus pies, aprovechando el pánico. No hay luz en la habitación, entreabro la puerta, saludo, pido poder pasar, nadie responde, ¿se quedó dormida? Prendo la luz y compruebo que no hay nadie, sólo una cama distendida, nada es como recuerdo, el olor tampoco es igual.

Recuerdo que cuando conversé en la baranda con Charlotte, ella me dijo que, ya que hospedaban a tres francesas de intercambio, estaba durmiendo en el mismo cuarto con S, dato que me llevó directo a la tercera puerta. Intenté y estaba cerrada con llave. Tal vez d´Artagnan o algún otro mosquetero había tomado la precaución de encerrarla como a Cenicienta en su cuarto. Imaginaba a sus gatitas ayudándome a encontrar las llaves.

Espero unos segundos luego de tocar por segunda vez. Nadie abre. Quién soy yo para pedirle que abra la puerta. Al fin y al cabo, ¿por qué, después que dejé pasar tanto tiempo, quiero reclamarle algo?, ¿y qué le quiero decir? pienso. ¿No me dijo ella que sólo jugaba?, ¿Que estaba confundida? ¿sabía lo que decía? Ebria no recordará nada, esa será su coartada. Me refugié en la idea de que los caminos antes transitados no deben volver a caminarse cuando de repente su cerquillo, soplado por el viento de la puerta abriéndose, descubrió sus ojos abismales.

No sé cómo pudo abrir la puerta y mantenerse en pie. Sin pensarlo dos veces, avanzo como una luz, pongo el pestillo a la puerta, la conduzco a la cama y veo a sus dos gatitas dormidas y flanqueándola a través de ronquidos que parecían gruñidos. Camino con cuidado, no son agresivas pero siendo su territorio es natural que no me quieran allí. Ella adopta la posición del Cristo del Pacífico para echarse a dormir, paso mis brazos sobre ella, los hundo en el edredón y pronuncio su nombre.

Unas arcadas la disparan de la cama, no la dejo sola, quiere arrojarlo todo. Abro la puerta, la tomo de los brazos nuevamente y caminamos a compás hasta el baño. La oscuridad no me permite dar cuenta del supuesto chico gay que, totalmente privado, cuelga del cuello en el wáter. Tal vez fue él quien quiso encerrarse con S y el vómito lo obligó a irse. Sujeto la frente de S y recojo sus cabellos para que no se manche nada. “¿Por qué eres tan bueno conmigo?”, preguntan los restos de S mirándome.

Le digo que quiero que esté bien, que primero es ella y yo no intentaré nada, que está segura conmigo, le prometo que me quedaré a cuidarla hasta que el amanecer le devuelva la lucidez necesaria para escuchar los sentimientos que debo desnudar.

No le digo que me siento culpable, que tal vez sus vómitos no se deban a los tragos que ha tomado sino a la presencia extraña de los pocos besos que nos dimos en la cocina.

“Ven, vamos a la azotea”, ordena acaso para buscar la tranquilidad que no tenemos allí. Ofrecimiento que no sé declinar, le sigo la corriente y subimos con mucho cuidado para que no tropiece. El ambiente se aligera, abajo quedó el infierno esperándonos y no pensamos volver. La azotea, donde unos calcetines cuelgan del cordel, está cubierta por una sábana invisible que la convierte en una burbuja, un espacio marginado de la torre.

Nos dirigimos hacia la izquierda, sigo en sus manos, ella prende la luz de una habitación secreta, se posa al lado de una bicicleta de llantas desinfladas y yo me detengo en el umbral de una puerta que todavía no existe. Nuestras miradas cadavéricas se sostienen la una a la otra, me acerco con ganas de embestirla a besos, nada me lo impide salvo el propio juramento de no aprovecharme de su estado, que ahora pienso no debí haber seguido tan al pie de la letra. Su mirada ya no se posaba en mí.

¡Claro que quería besarla!, no agarrar, chapar o picotearla, sino besarla como Dios manda y el colchón recostado en la pared sugiere. Apenas entré, lo vi con el rabillo de mis ojos sosegados por el ron. Ella, sabedora de las señales silenciosas, se quedó callada, todo fue un juego de miradas que desembocó en ingeniármelas para acomodar el colchón sin perderla de vista.

La recuesto, acomodo sus piernas y descansa por fin, quieta y tierna, belleza incorruptible, ¿acaso cuidaba lo fugaz? Más razón tenía el poeta Watanabe: “Yo soy el guardián del hielo”, dijo, esta chica se derrite en mis manos y no puedo hacer nada más que despedirla. Los latidos de la fiesta se apagan poco a poco. Le digo unas palabras como lanzándole un salvavidas. No te duermas, no te voy a besar pero no te duermas.

Mientras tanto, en la fiesta se arma un bochinche: un D´Artagnan ofuscado prepara la “Operación Rescate de S”: lo primero que hace es preguntarle a Teni, que estaba dopado, por el paradero de ella. “Creo que se fue a comprar”, responde Teni con la intención de desviarlo y darme un poco más de tiempo antes de mi apanado. D´Artagnan, guerrero pulido en las mentiras de la Realeza, no se come el cuento. Teni debe buscar aliados y pronto.

Aramis resucita y me vende con ojos asustados: “yo los he visto entrar ahí, no sé qué estaban haciendo”, dice. Convertido en el Loco del Martillo, D´Artagnan derriba la puerta del baño y no hay nadie. Aquí, Teni encuentra la aliada perfecta, la domadora de leones Rozzenda, que con su látigo castigaría a quien me hiciera daño. ¡Al otro baño, al otro baño!, presagia el jodido Aramis con aires de adivinador. La multitud se mueve presurosa al otro baño, encontrando solamente al chico que besaba el wáter.

Lo despiertan, le preguntan por S, responde: “¡arriba, arriba!” y lo dejan ahogarse en sus vómitos. Puedo oír cómo les cuesta forzar la puerta de abajo, miles de pisadas militares invaden la escalera. La nación entera, otra vez, sube corriendo las escaleras, ¿Estoy contra el reloj, los guerreros llegan para recluirme en la mazmorra? “¡Están arriba, envíen refuerzos!”, grita algún desubicado.

“Tienes unos buenos amigos, S. ya llegaron por ti”, le cuento a la dormilona. El cuento se ha terminado pero ningún esgrimista amateur me la quitará, pienso aguerrido. La espada de d´Artagnan es la primera en aparecer. Nos encuentran tendidos en el colchón blanco. Como todos queríamos, S dormía.

–¡Os encontré! –dice el espafachín, me ve sentado con ella–. Es hora de irse a dormir, cumpleañera.
–No quiero –despierta S–.
–Tienes que... no lo voy a discutir –su tono mandón me obliga a intervenir con voz firme, mirando a los ojos del hábil mosquetero–.
–Amigo d´Artagnan, qué pasa –le digo–.
–Vengo a llevarme a S a su dormitorio. Tiene que dormir.
–Pero acá está bien –replico–.
–Sí, d´Artagnan, estoy bien –balbucea S inconsciente–.
–Amigo d´Artagnan, ¿cuál es el problema?, no me estoy pasando de pendejo.
–No es eso, sólo que es mejor que bajemos.
–Te aseguro que no he hecho nada, sólo la quiero cuidar.
–Por favor, me han encargado la casa.
–No me florees.
–Soy el escudero de la Cumpleañera, es mi deber.

Una de las francesas interrumpe la contienda. Entra rauda y ayuda a S a levantarse. A ella no le voy a decir nada. Otra vez me la quitan, no puedo hacer nada, la llevan por la escalera y bajamos. Vueltos a la fiesta, veo que S es recluida en su dormitorio y yo soy enviado a la sala por un movimiento de ojos de su hermana Charlotte.

Sólo instantes después de volver a la celebración es la oportunidad para enterarse de todas las historias que se tejieron alrededor nuestro: las opiniones y diatribas que luego todos olvidarán que luego todos olvidarán según convenga. Busco a Teni con la mirada para que me las cuente desde su perspectiva. Está en una esquina, defiende una botella de ron que no ha soltado en toda la noche, hecho que me conmueve. Yo compré ese ron y él lo cuidó con su vida, el padre del ron no es el que paga por él, sino el que lo arropa y cuida de que no se pierda. Teni más que mi fiel escudero, era un fiel ronero, erase un borracho a una botella pegado. Preocuparse por mi ron es una forma de preocuparse por mí.

“¡Apareció el ron!”, me cuenta extasiado. Yo le cuento los últimos acontecimientos y él me aconseja esperar. Mientras tanto tráete una gaseosita de la mesa para combinar. Con todo gusto, le digo, me acerco a la mesa y un ser seboso se acerca y me habla.

–¿Qué fue amigo, la hiciste?
–Hacer qué.
–Ahí te vimos con la S, pues.
–Todo bien con ella, ¿por?
–Se desaparecieron hace rato.
–Tenía sueño, ya está mejor, ¿y tú quién eres?
–Dime Porthos, soy el cuarto mosquetero –se presenta. Ahora debía moverme con cuidado, identificar primero si estaba de mi lado–.
–Qué gusto, Porthos. ¿Has visto la gaseosa?
–Está por allá, pero mira aquí hay una servida –eleva un vaso misterioso–.
–¿Qué le han hechado?
–Es el último shot de Tequila.

Porthos parecía una bruja disfrazada de mosquetero que, subrepticiamente, me ofrece la manzana envenenada travestida en un brillantino vaso de cristal. Entiendo en cual lado de la fuerza quiere estar, este tipo no me quiere aquí y busca mandarme al suelo con un poderoso combinado de trago azteca. Pruebo un bocado y se lo devuelvo, acaso más indignado por sus intenciones que por la baja calidad del trago, según los mismos mexicanos, es el trago más barato allá y en Perú es costoso por el milagro de los aranceles.

Abandono al enemigo, vuelvo donde Teni que me cuenta que el tal Porthos es el ex novio de Rozzenda. Ellos estuvieron bailando muy animosamente toda la noche, me cuenta. No les presté atención pero se corren los rumores de que van a volver. Dato que me apena por lo que me vine a enterar luego, cuando el mosquetero Athos, relegado a las montañas ermitañas, viene a sentarse a mi lado.

Athos se sorprende cuando le digo que Rozzenda ha terminado con su novio el gordo Oliver Barrionuevo por un lío de faldas. Luego le pregunto por su novia, la chica vegetariana con quien estudia siempre en el sótano de la biblioteca, me cuenta que su relación con ella está muriendo y no profundiza más. Lo animo a ir por Rozzenda, como él me animó a ir por S. Sin embargo, el fastidioso de Porthos, le digo, ha hecho grandes avances esta noche. Athos maldice a su compañero de caballería y promete separarlos. Le ofrezco mi ayuda, le digo que si él quiere yo puedo traerle a Rozzenda ahora mismo.

Se resiste, no le gusta mi idea. Quiere ir él mismo y tomar de las greñas a esa muchacha cabeza dura y decirle que la quiso desde siempre. Le advierto que tenga cuidado, que ha pasado mucho tiempo siendo el mejor amigo y eso le jugará en contra.

Motivado por su acto valeroso, le digo que yo también buscaré a S por última vez. No le parece una buena idea tampoco. “Ya fue suficiente por hoy”, son sus palabras, “déjala dormir y mañana le hablas”. No le hago caso, tengo que hacer algo para que mi espada llegue adonde otras espadas no han llegado.

Camino a la cocina otra vez, ahora está llena de danzantes arremolinados alrededor de la francesa Lucy. Veo a d´Artagnan salir del dormitorio de S con otras personas más. Lo veo deambular, creo que es hora de cruzar unas palabras más con él.

–¿Podemos hablar?
–Claro, qué pasa.
–Hay que sentarnos primero –y tomamos asiento–.
–Dime, te escucho.
–Amigo D´Artagnan, nunca he dado explicaciones al mejor amigo de la chica que…
–De la chica que te vacila –completa rápidamente–.
–¡No!, “vacila” es una palabra muy…
–Entiendo.
–… Informal. Que me gusta está bien dicho.
–Ya, ¿y? Al grano.
–Sólo quiero que sepas que no quiero que nadie salga herido, mucho menos S. Si acaso siento que la molesto, me retiraré. Antes también lo hice.
–No me hables tan bonito ah.
–Prefiero que se olvide de mí. Pero mientras sienta que puedo hacer algo por ella, seguiré buscándola.
–Está todo bien. Como te dije, sólo cumplo mi deber de amigo y la protejo.
–D´Artagnan, te agradezco que la defiendas, incluso de mí, finalmente yo quiero hacer lo mismo.
–Bacán, pero ahora es mejor que duerma, no hay que molestarla.
–Yo no quiero molestarla. Como tú, quiero cuidarla, se lo he prometido.
–Está bien, pero ahora no. Por ahora tienes mi venia –concluye D´Artagnan–.

No muy seguro de lo que significa tener su venia, camino alegre esta vez sí a la cocina. Es el único lugar donde encuentro una superficie que me acomoda para escribirle una nota de despedida a S, siendo éste mi último intento de la noche por alcanzarla. Casualmente, llevaba conmigo una hoja y un lapicero, los elementos más rústicos para decirle a una chica lo que sientes si no la puedes ver.

Escribo trepado en la mini-refrigeradora, alrededor está la bulla de los borrachos. En condiciones normales, no podría escribir con tanta bulla. Pienso un momento y no me sale nada. Escribo, borro, tacho, vuelvo a empezar. No advierto cuando Lucy de Francia me queda mirando. Le digo hola, si bien me responde lo mismo, su acento parisino magnifica su ternura. Le digo que ya no podré ver a S, así que le estoy escribiendo. Para no aburrirla con mis problemas, le cuento que hace poco vi una película francesa muy buena del año 1991 llamada “Los amantes del Pont-Neuf”. Ella dice no conocerla, le cuento que la puede encontrar en Polvos Azules y por si acaso, le hago repetir: “Poulvouz Azoulez”, dice ella.

El pesado de Porthos interviene en la conversa. Muy libidinoso, le ofrece a Lucy acompañarla al lugar mencionado. “Es el paraíso de las películas”, dice Porthos con total huachafería estirando los brazos en círculo.

Vuelvo a mi papel, al verme tan concentrado d´Artagnan grita: “¡ya no seas tan romántico!”. No le hago caso y suena otra interrupción más, ahora es Teni que me dice “¡ya vamos, Pato, apúrate!”. Nadie entiende que esto es más importante que sus ganas de irse, de brichear, o parecer un romántico. ¡ya sé qué escribirle!, cuatro oraciones, una más larga que la anterior, y la última, la más importante, de menor tamaño.

“Si vuelvo a entrar voy a caer muy espeso. El bonsái de tu frigidaire me acaricia los cabellos. Tu amiga Lucy quiere ir a Polvos Azules, si no la llevas tú la llevo yo. Te llamo más tarde”.

Cierro el papelito y otra vez me topo con Lucy, que aletea sus ojos. Me inspira confianza, quiero darle el papel a ella, pero tal vez las barreras idiomáticas conspiren contra mi mensaje. Me divierto un momento con Lucy, le pido que me traduzca ciertas palabras al francés y reímos. No me despido de ella, pues un tiburón se la lleva a un costado. La alegría duró poco.

Llamo a Teni, le digo que me espere en la puerta. Me acerco a Charlotte, me siento en el piso y le digo que necesito un favor. “Ya no puedo entrar, quiero que le entregues esto a S”, le digo. Ella acepta.

Salgo a la puerta, es otra la ciudad cuando estás tan arriba, si bien los techos de otras casas afean la vista, las luces te hipnotizan, alguien te habla desde el oscuro cerro que está al fondo. Está muy frío, es junio pues, por algún motivo inusual venido de los besos, estocada letal que ilusiona y encierra los deseos en el calabozo de mis recuerdos, me siento abrigado.




FIN.
______________________
Ella planeándolo todo dentro de sus sueños.




domingo, 12 de junio de 2011

Déjala dormir (Episodio I)

No voy a besarte, hermosa. 
No voy a romper el azul encantamiento. 
No voy a permitir que desciendas a la tierra feroz de la vigilia.

(Lorenzo Helguero).

Imagen por gabriele chiapparini

UNA DE LAS NIÑAS defiende su orgullo, estoy de su lado. Un mosquetero confiesa su pena de amor, lloro con él. Mi dealer no oficial me invita marihuana, la fumo. A una amiga le molesta que su novio fume con nosotros, nos escondemos de ella. Un amigo recién llegado de Francia me cuenta que las francesas son difíciles de conquistar, tomo nota. 

La dueña del mundo muerde mis labios, le digo que aun teniéndola cerca la sigo extrañando. Muchos recuerdos vienen a embriagarme de vuelta mientras abro los ojos y suena insistentemente el timbre.

Abro la puerta, es Rozzenda, qué hace aquí, me pregunto. Si mal no recuerdo, todo empezó cuando caminaba solitario por el tradicional Queirolo. Quedé en encontrarme con unos amigos en ese bar, en especial, con el amigo Melón, quien un año antes viajó a Marsella para buscar su futuro antropológico por allá. Él es quien me encuentra, nos damos un fuerte abrazo, por los viejos tiempos perdidos. Es un insulto decirlo, pero sigue igualito. Me reclama que no le haya respondido el último mail que mandó, le pido disculpas. Me cuenta sus últimas aventuras, luego me pide que le cuente las mías. Saco algunas de la baraja y le digo que más tarde es cumpleaños de S, de la que te conté.

Técnicamente no lo es, ella adelantó la celebración dos días. Llegan más amigos, entramos a una discoteca. También aparece Teni, “qué fue, ¿por qué no contestabas el celular?”, le pregunto. “No, Pato, mi batería está en muere”, responde. Tiene una sonrisa picarona, tiene la cara de haber cometido algún pecadillo. Le digo que Rozzenda está esperándonos, él se ofrece a recogerla. “¡Cuando vengan, partimos al cumpleaños de S!”, le informo.

Demora en venir, su celular sigue muerto. El amigo Roberto me ofrece sustancias prohibidas, es la pequeña muestra que alienta futuras compras, se agradece. Es bueno tener uno, o dos dealers que siempre me inviten y no pagar por ella.

Al volver Teni con Rozzenda, esperan un rato a que cierre los negocios con un amigo músico que me ofrece clases de guitarra. Cambiamos números; antes salto y bailo una salsa con Rozzenda. Una vez en el taxi, pensamos en el regalo. Pago el taxi ya que Rozzenda y Teni tenían billetes muy grandes. Me quedan debiendo, juntos compramos un rubio ron.

Subimos las escaleras del torreón donde vive S. La saludamos, yo con un aéreo y desubicado “feliz cumple”, ella me recuerda que todavía faltan dos días y me lleva del brazo donde su amiga francesa Lucy. Viven juntas, es rubicunda, delgada, corte de pelo garzón y orejas de gato. No me presenta a los demás invitados, de mayoría masculina y tendencia brichera. Dejamos el ron en la mesa con los demás tragos. Se alegra y suelta mi mano.

Mi cuerpo flota adonde Teni, que tiene otro ron y no se ha dado cuenta. Yo tampoco. Sentados, observamos la llegada de la hermana de S, Charlotte, al lado de una amiga que Teni juzga de hermosa con cuatro palabrejas: “Yo sí le voy”. No te preocupes, le digo, déjame a mí, yo la conseguiré y la prepararé para ti, amigo.

El primer sorbo de Appleton descubre el verdadero paisaje del lugar, una vieja torre del siglo XVII, todos con sombreros de ala ancha y armados con espadas, las mujeres con vestidos que dejan ver sus hombros; sin embargo, algo no cuadra, le digo a Teni. S baila melosa con un espadachín que no conozco y no dudo que quiere hacerla suya. “No te preocupes, de lejos, ese pata es gay”, me tranquiliza un poco el buen Teni. Sigo vigilando hasta que sea mi momento de ingresar y bailar una pieza con S.

Rozzenda se ha perdido en la fiesta. Aparece otro espadachín, uno de fuste, importante en este relato, lo llamaré d´Artagnan, como el personaje central de Alejandro Dumas, novelista francés que dos siglos antes vaticinó, a un océano de distancia, algunas cosas que esta noche pasarían, entre ellas, el amor semi-correspondido y la juerga desmedida.

“¿Donde está S?” pregunta d´Artagnan, bastante preocupado. Le decimos que se fue a la cocina con un chico alto, de rulos y voz grave, parecido al hijo de Jhonny Bravo. “Ah, ese debe ser el paciente Athos”, adivina el espadachín un poco más calmado. Chupamos juntos y nos cuenta cómo conoce a S: crecieron juntos en el mismo barrio, jugaban canicas de pequeños, según relata el muchacho cuya espada descansando en la silla indica que tiene la guardia baja, está sentimentalón.

Rozzenda nos encuentra de nuevo, habla con Teni algo relacionado con el otro espadachín obeso del que debo cuidarme esta noche. Prefiero caminar al balcón donde baila Charlotte, agarrada de la baranda, dándole la espalda al vacío. Al lado, está su amiga, se llama Drussila y por los pocos datos que puedo sacar, está sola y acepta que Teni, porque fui directo y se lo dije, la saque a bailar. Para guardar las formas, le digo a Charlotte, yo tendría que bailar contigo. Ella saborea una sonrisa en sus labios y acepta.

Vuelvo a mi sitio para darle las buenas nuevas a Teni y lo encuentro imbuido en una charla incendiaria con Magdalena, por quien se derrite en secreto, y amiga muy cercana de la bella S. Ya era raro verlo muy calmado en la fiesta, claramente Teni babea por ella. Me conmueve el parlamento de Magda, su novio le confesó que estuvo con otra chica, empezando por allí, cualquiera no hace eso, hay que tener huevos para confesar una infidelidad. A mi supino entender, era punto para él. Sin embargo, el tipo es indefendible y resulta gracioso imaginarlo como Magda lo imita y, sin poder reírme, observo como gesticula el rostro reproduciendo el llanto marica de su novio devenido en ex.

“¡He podido sacarle la vuelta tres veces, te lo juro Teni, pero no quise!”, grita en silencio. Yo le digo que creo en las segundas oportunidades, pero hasta allí nomás, que no haya tercera, que lo perdone. “¡Me engañó con una perra! Es mi orgullo, yo valgo más que ese huevón, ¿¡qué se ha creído!?”, replica y le digo que respeto su punto. Defiende su Orgullo tan puramente que me conmueve. Teni le dice que ella debe ser implacable, no dejarse convencer y enterrar el recuerdo de aquel sujeto de una buena vez. Siguiendo la idea de que él puede consolarla, arenga, “¡claro pues Magda, Ollanta Dignidad!” y todos gritamos lo mismo sin encontrar resistencia en la concurrencia.

De repente, uno de los invitados sin espada se acerca, busca algo, se tuerce debajo de la silla y se lleva nuestro ron. Lo sigo presurosamente y le pido que me lo devuelva, él me explica que sólo agarró el Appleton que él compró. En primera instancia no le creo, es un problema personal, en primera instancia no le creo a nadie, todos mienten. Según decía, el ron le pertenecía, no era mío, ¿me quería tomar el pelo?, Teni me dice desde atrás que no le crea, estaba más indignado que yo, eso me daba confianza pues ante cualquier gancho ciego que recibiera eventualmente, sé que él lo hubiera devuelto si yo quedaba privado.

No quería hacer escándalos esa noche, en ese lugar, si hubiera tenido un plan, por ahí no iba el camino. Poco a poco, el invitado me hizo entender que era su Appleton y no mi Cartavio, pero ¿dónde está el nuestro, Teni?, le preguntaba. Estábamos lamentando la pérdida cuando decidí pedir prestado otro ron, me dirijo a la mesa, casualmente, S llega acompañada por otro de sus leales súbditos, el chico con fachas femeninas (no termino de creerme el cuento del gay), a quien presenta con un nombre que olvido al instante. Antes de poder darle la mano, S me invita un vaso de tequila.

Sería más certero decir que tuvo la delicadeza de metérmelo a los ojos, pero es su cumple, ella tiene el poder sobre mí y sobre los líquidos que entren a mi boca. Acepto su generoso ofrecimiento. La engaño, apenas repaso el trago con mi lengua serpentina mientras sujeto con la punta de mis dedos la chaqueta que trae puesta, fuerza suficiente para atraerla por inercia a mi cuerpo, alejarla del enemigo espadachín, tomarla por la cintura y oler el perfume de ese pelo negrísimo que me hace su esclavo.

Siguen hablando de otro espadero que llegará más tarde. Ella está pegada a mí y yo pegado a la pared, interrumpo buscando las manos del “chicoco” para saludarlo, mucho gusto, le digo de nuevo en el mismo instante que quiebro con mis dientes uno de los mechones de S, cerca estuve de morder su oreja izquierda. Tomo otro sorbo del José Cuervo, esta vez sin mentiras.

De repente, el chico le pide eufórico la dirección del baño. S se separa y lo lleva muy cordialmente. El José Cuervo aumenta la desazón en mis labios, otra vez me quedé con las manos vacías, seguramente el gay se volverá hombre e intentará algo con S, ¡jolines! “Qué pasa, Pato”, me dice Teni. Le cuento lo sucedido y las pocas caricias que S permitió de mí nacer, le digo que me revienta verla irse con otro al baño. “Tranquilo, tremendo amaneradazo que se le nota, son amigas”, pero ya no estoy tan seguro de eso.

“¿Quién es él?”, le pregunto a Teni. Me presenta al tercer mosquetero de la noche, se hace llamar Aramis el conciliador. Advertido por la leyenda del hombre que ingresó a la Guardia Real de Luis XIII para preparar su carrera religiosa, el buen Aramis, quien tiene la mirada de un sapo alegre y estudia en la Agraria me cuenta, tras el suave interrogatorio al que también sometí a todos los espadachines de la sala, que conoce a S porque la acompaña a cuanto concierto exista en Lima. S, para quienes no sepan, es la chica del espíritu musical a la máxima potencia, conoce hasta las canciones caletas que suenan ahora mismo en los sótanos de Júpiter y Neptuno.

Observo que ella vuelve al plató, guiada por los pasos de baile de d´Artagnan. Bailan a una distancia muy próxima, pero nada que impida negar que ninguno quiere con el otro. De pronto, interrumpe Athos, me indica que d´Artagnan quiere llevarse a S a comprar tragos. Es sospechoso que la cumpleañera deba ir a comprar los tragos, que falta de caballerosidad de parte de d´Artagnan, es lo único que pienso. “¡No dejes que se vayan!”, dice Athos que se ha convertido en un amigo fiel, que no se la lleven, repite. Supuestamente son sus amigos, no harán nada malo, pero su preocupación enciende una alerta en mí. Miro a Teni, Aramis también se ha ido, la emboscada perfecta, malpienso, carajo, se la llevan y salgo disparado a acompañarlos.

–Pato, ¡a dónde vas! –grita Teni desde la ventana–.
–A la tienda, supongo –digo bajando las escaleras de dos en dos–.
–¡Teni, ven, vamos! –invita S–.
–¿Cuatro chicos para una chica? –piensa Teni–. Ya suficiente con Pato que está cagado.

Como lo había pensado, d´Artagnan y Aramis le dicen algo a S, entre los dos la encierran y cuchichean. Me acerco cauto, blandiendo una espada imaginaria, por si estos esgrimistas de cuarta, que no han sabido arrebatármela, quieren batirse a duelo (muy común en estas épocas, donde se vive de migajas y se mata por honor). Sin embargo, S se mueve vagabunda hacia mí, tambalea un poco, y antes que tropiece la recibo en mi pecho, ha pasado mucho tiempo desde que la tuve entre mis brazos por última vez.

–Vayan ustedes, me quedo con ella –anuncio a esos guardias de élite–.
–No, no. Que ella se quede –ordena d´Artagnan, no queda otra que obedecerlo, la leyenda dice que él nació para ser dueño de la seguridad del Castillo y los pantanos aledaños–. Ordenes venidas de arriba, lo siento –se excusa–.
–Subamos, S, por aquí, camina –completa Aramis, yo no puedo hacer nada–.

Voy detrás de ellos, ahora subimos, esto me parece sospechoso. Nada sabe como cuando llegué, hay alguien en esta fiesta, un enemigo invisible que también va por S. El enemigo invisible tal vez no está aquí, quizás mueve los hilos desde muy lejos. Cualquiera puede ser su aliado, ya nadie sabe para quien trabaja en Saint Germain des Pres. Adentro nuevamente, sigue cuchicheando Su-Alteza-Cumpleañera con los mosqueteros arribistas, uno de ellos quiere tomar la Bastilla, pienso.

De esas fantasías soy salvado por S, “quiero hablar con él”, dice y toma mis manos para conducirlas hacia la cocina. Está mal, el alcohol ha desatado ¿sus verdaderos impulsos?, no quiero aprovecharme de ella, está desprotegida, ¿se arrepentirá si intento besarla? No quiero que todo sea como la vez pasada. “Espera, traeré un poco de agua para que se te pase”, le digo al pie del lavabo. Pero me jala hacia la esquina, la ayudo a subirse a la mesa hecha de concreto.

Es gracioso, ambos sabemos que viene un beso, hemos estado así antes, ebrios y solitarios. Es muy serio, a la vez, es decir, no soy una persona seria, no pretendo serlo, solamente que después del beso que viene mi primera intención es que S no vuelva a separarse de mí. Dentro de poco conoceré sus intenciones, que son las determinantes y no las mías, yo puedo querer muchas cosas, pero ella es quien gobierna su cariño y lo reparte con quien manden sus caprichos.

La contemplo un momento, se le ha corrido el maquillaje, tiene un aire gótico, aspecto descuidado que eleva su belleza y aflora su inmortalidad. Juntamos las cabezas y tomo sus cabellos, ella sostiene mi brazo, desde sus hombros busco sus mejillas rosadas, me estaciono allí todo lo que dura la eternidad. Llegaré a su boca, estaré perdido y juntos conoceremos por última vez el silencio.




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[Advertencia: Esta no es otra novela que empieza, se acaba este jueves 16, día de mi cumple, que posteo el episodio final. Espero que estén atentos. Luego terminaré la otra novelilla y si hay más novedades sobre lo que acaban de leer, reabrimos el caso en, calculo, agosto. Gracias por seguir el blog.]


"Put your head on my shouuuulder (8)"



martes, 7 de junio de 2011

La reina de los bares

Ella va a ser mi novia pero no lo sabe. Es lo primero qué pienso cuando la veo entre la penumbra y el humo de la discoteca. Es una mujer bella, tres o cuatro años mayor que yo, probablemente. De ojos grandes almendrados, nariz perfilada recta, cabellos lacios castaños, y piel de durazno. Me gusta como nadie me ha gustado nunca. Yo la observo desde mi vaso de cerveza en una esquina.

Mientras suenan los platillos de una canción. Ella está en medio de la pista con los ojos cerrados, las luces de neón la alumbran y todo el mundo parece haber desaparecido, todos excepto ella. Se mueve lentamente agitando su delgado cabello. Sus manos y piernas son independientes pero parecen entender el ritmo de la música, de pronto es una más entre decenas de personas que están alrededor de la pista y simulan estar poseídas por Fito Páez y su amor después del amor. Sin embargo, no la pierdo de vista. No puedo dejar de mirarla.



Es el último sábado antes de comenzar las clases. Por lo cual, convencido por Reiner, al decirme que ya he guardado suficiente luto al amor perdido de Malena, me anima junto con un par de amigos a celebrar el cumpleaños de uno de ellos. Hemos caído en El Mirador. Una discoteca en El Centro, donde se reúne la gente bonita y confundida de la ciudad, los que quieren irse del país pero no pueden y los que se fueron pero regresaron, las chicas rebeldes y cocainómanos, los actores de pacotilla y músicos fracasados, los tontos como yo, que no bailamos porque no tenemos el suficiente coraje ni alcohol en las venas. Yo no quiero bailar esa noche, solo quiero observar a aquella chica a la distancia, tan ligera, alta, orgullosa, ajustada entre su vestido azul, su apretado leggins negro y sus converse del mismo color.

Cerca de ella, hay otro grupo de chicas, de belleza promedio, tirando para feas, o es que la poca luz no les hace justicia o será que Lima afea a la gente. Renato, un gordito simpaticón, me las presenta, no logro escuchar sus nombres. Creo que se llaman Mariana, Pamela, Silvia o algo así. Pero la verdad es que no importa, las saludo por cortesía y pido otra cerveza. Luego me dirijo al baño, en el camino puedo ver a las parejas frotándose sin pudor, drogadictos colapsados, chicas besándose en la boca y un desadaptado que me confunde con un actor de teatro.

Salgo del baño. Ella me mira por primera vez y quedo hechizado. Sacudido por una corriente que me estremece con una fuerza extraña. Nunca había sentido esto por una mujer, las dos veces que creí estar enamorado no se comparaban con esta nueva sensación.

Ella es una mujer muy hermosa y la suya es una mirada perturbadora, cargada de promesas inquietantes. Me reconozco en ella. En sus ojos turbios, y sé que esta noche no iré sin saber su nombre. Necesito saberlo. No logro concentrarme, sólo escucho balbuceos de los que me hablan y asiento con la cabeza a cualquier pregunta, respondo a todo con un desinteresado ”ajá”. Quiero estar cerca de ella. Cientos de ideas se arremolinan en mi cabeza. Si me acerco a ella, no quiero decir nada tonto ni intelectual como suelo ser y hablarle de literatura o el último libro que leí, pero como empezar, ¡cómo!. Con un… No sé ¿quieres bailar conmigo?, ¿bailas?, ¿bailamos? O la tomo del brazo y me la llevo a la pista, decirle ¿siempre vienes a ese lugar? ¡Qué bien hueles! ¿Qué perfume usas? Para finalizar ¿te gusta el ambiente?, mientras pienso en cómo abordarla, la distancia se acorta, me encuentro a tres metros de distancia. Miento, a dos y medio. Cuando estoy a punto de tocarle el hombro, se me adelanta un tipo atlético, bien parecido, la sorprende primero. Maldigo al mundo, al destino, las circunstancias, la discoteca, la música, mis amigos, y por qué no a Reiner, por traerme al Olimpo y sentirme encadenado. Aquel galifardo me ha ganado, no logro escuchar lo que le dice, pues, sólo observo al hermano abortado de Vin Diesel, no obstante, no me percato cuando él se va choteado, pero sí que he derramado algo de cerveza en mi camisa, felizmente negra. Ha sido ella quién me ha ensuciado, y viceversa, avergonzado le pido disculpas, y le ofrezco otra bebida.

Tras las sombras de ese delineador negro que cubre casi todo su faz, pude observar la chica dulce que es, parece ser un personaje de ficción o literatura muy parecida a Lisbeth Salander.

Aquella noche, ella decidió salir al igual que yo, por insistencia de un grupo de amigas aunque, presiento que le agradan más los antros como el Yacana, los de Jirón de la Unión, o los de Plaza San Martín. Pero el Mirador, era un antro de tipos acomplejados, gente patética que el domingo después de la resaca colgara sus estúpidas fotos en el Facebook, red social que desprecia y seguro que no tiene, y yo no vengo de ninguna parte ni voy a algún lado porque soy un perdedor entre los muchos que pululamos en las noches decadentes de Lima, soy apenas un chico confundido que ha tenido el buen gusto de mandar al diablo la universidad, y que sin embargo, se ha visto forzado a estudiar una carrera técnica. Esta noche estaba en busca de nada y me encontré con ella.

Ella y yo nos miramos, sonreímos embobados y tratamos de hablar en esta esquina sobrepoblada y bulliciosa de la discoteca, pero no podemos, porque los parlantes escupen con estruendo una música histérica y yo solo pienso en llevármela lejos para perderme entre sus encantos y hacerla mía.

Mi autoestima que por lo general suele ser la de un personaje kafkiano para hablar con chicas lindas, se esfumó. Me armé de valor y dije qué tal si nos vamos de acá. No se puede hablar y ni siquiera respirar; esta humarada me está mareando, le digo mientras la sostengo del brazo, ella no pone resistencia y luego secretea algo con sus amigas, las de belleza promedio, que hablan entre sí, y fuman el rencor de haber sido ignoradas por los chicos más simpáticos de aquella discoteca que van en busca de amor o por lo menos de buen sexo. Yo no quiero emborracharme, ni acercarme a los cocainómanos ni seguir aspirando este humo viciado que luego me deja el cabello y la ropa apestando. Solo quiero irme con ella y besarla entera, confesarle que me hechizó con su embrujo y encanto.

Pero para mi mala suerte, el DJ suelta una pista en inglés, que me resulta familiar pero no logro recordarla, entonces ella me toma del brazo y me pide bailar con ella, la miro de la forma más tierna posible y le digo que solo bailo cuando estoy borracho, entonces ella toma un vaso prestado de su amiga y me invita. Lo tomo de golpe, mientras bailamos. Hago lo mejor que puedo, muevo mis piernas al compas de la música, o mejor dicho trato de imitarla. Maldigo al DJ en mi cabeza.

Luego, nos sentamos en la barra mientras pido unas Peronis para ambos, es muy educada al rechazarme la cerveza, no insisto y dejo soltar una macabra sonrisita, al menos ella está conmigo y no se ha ido. Observo su tatuaje en la muñeca derecha, la cual al darse cuenta, trata de ocultarla disimuladamente, por extraño que parezca siento que la conozco de antes. Cualquiera que no nos conociera podría asegurar que éramos una pareja pasándosela de lo más bien. Hablando un poco de todo de forma monótona pero entretenida. Yo no dejaba de sonreír, de admirar su belleza y quizás perderme en su sonrisa. Ella por el contrario, parecía disfrutar de mi compañía, reía de todos los chistes y anécdotas que le contaba, me miraba con cierta complicidad del pasado ¿nos habremos conocido en otra vida? Le pregunté. Ella me respondió: claro cuando yo era bruja y tú un rey. Ambos reímos.

Al otro lado la discoteca, mi buen amigo Reiner hacia paso de sus destrezas como bailar, y extrañamente cuando esta ebrio no lo hace tan mal, parecía agradarle una de las chicas de belleza promedio, lo observo desde la barrara con ella.

-Oye, aún no me has dicho tu nombre. Le preguntó.

Mientras ella me mira, de forma dulce y extraña, me dice.

–Me llamo Fiorella, y prende un cigarrillo rubio que se va consumiendo entre sus dedos.

Todo marchaba bien aquella noche, hasta que Reiner hace su estúpida aparición y se presenta, Fiorella parece causarle gracia. Reiner, le pregunta algo picado que hace una chica tan linda y sola, aquella noche. Lo golpeo con la punta del pie, como pidiendo que se desaparezca que va arruinar la única posibilidad que tengo con ella. Segundos después, él parece percatarse de mi incomodidad y se pierde con la excusa de traer una botellas, en realidad lo llama una de las chicas de belleza promedio, y paradójicamente una de ellas parece estar interesada en mi buen amigo. Fiorella, me dice qué extraño tu amigo, parece ser un buen chico pero ¿y tú, no vas con tus amigos?

No sé qué decir para retenerla, quedarme con ella. Sin embargo, ella toma su cartera y me dice acompáñame, me toma de la mano, avanzamos entre la multitud, atrás dejamos a nuestros amigos, un par de pasos más y saldremos de la discoteca, bajamos las escaleras, nos perdemos entre Jirón de la Unión. Vamos demasiado rápido, llegamos a una esquina oscura y me besa, rápida, violenta y desenfrenadamente, no pienso, me dejo llevar. La tomo por la cintura, ella de los hombros, sus labios se entrelazan con los míos, los besos se vuelven desenfrenados. Mi mano explora su cuerpo, ella sonríe mientras me besa el cuello. Lo que me gusta de ella, es que no es una chica como las demás, a las que hay que decirles algo bonito o inteligente, ella no se hace la tonta y sabe a lo que va.

No sé en qué momento, el remedo de Vin Diesel , me vio y llamó a Fiorella, sabía que estaba en peligro, pronto abría pelea, o mejor dicho, mi cara daría cabezazos a sus puños. Si moría por darle un beso, valdría la pena y la volví a besar.

-Ay, es el pesado de Sergio, terminamos hace tres meses, y aún no lo supera.
-Bueno Fiorella, creo que deberían hablar.
-No, no te vayas. Ay, como odio cuando se pone así de celoso.
-Claro, de hecho.

No sé si Fiorella ha notado mis nerviosismo, y entro en la paradoja si vale la pena pelear por una mujer, yo en lugar de Sergio, teniendo su talla, su cuerpo y músculos haría lo mismo y exterminaría a cualquier tipejo que se acerque a mi chica, lamentablemente el tipejo era yo. A medida que se acercaba Sergio. Pensé en la vez que encontré a Malena besando un chico, era la misma situación pero inversa. Estaba ahora del otro lado de la moneda ¿qué habrá pensado aquel chico esa vez, lo mismo que yo? ¿Y si le habló? No mejor trato de razonar con él. Dios, como me arrepiento no haber ido a todas mis clases de karate, y no aprender nunca el kata dos y así lograr mi cinturón amarillo, se me viene una imagen del pato Lucas, por qué diablos se me ha venido esa imagen en la cabeza, probablemente eso se ve antes de morir, no es la tonta película de tu vida, si no vez al pato Lucas, riéndose de ti.

-Qué carajos te pasa Fiorella, ametralla Sergio. Una vez en la esquina donde ella y yo nos encontrábamos.
-Tranquilo, le dije algo asustado (realmente me cagaba en el pantalón)
-Tú no te metas, qué después voy contigo.

Lo mire atónito callado, ¿tendría que pelear por el amor de una mujer? ¿Acaso una mujer de mirada turbia y sonrisa blanca, lo valía? Sí, y mucho, estaba cansado de que siempre se burlaban de mí, hoy no señor, hoy no.

-Disculpa, qué dijiste. Interrumpo.
-Y ambos me dicen, ¡cállate!

Mientras Fiorella y Sergio discuten, solo soy un espectador de lujo de su histeria y gritos. Los mismos que han atraído como siempre algunos chismosos de alrededor, en ese momento pienso que todo ha terminado, Fiorella y Sergio arreglaran sus problemas, y como siempre me iré solo a casa. Empiezo a moverme y escapar de la situación. Cuando Sergio me intercepta. Pronto escucho la palabra que nunca pensé escuchar ¡Pelea! ¡Pelea!

“Así que te gusta Fiore”, acribilló el mastodonte. Y yo, si es así, ¿cuál es el problema? respondo. Luego me empujó, me mentó la madre y todo se redujo en un recto izquierdo al estómago, a las costillas, y la cara. Arrojado en el suelo, pensé en la parte de las películas en donde el héroe se levanta, golpea al sujeto y salva a la chica, lamentablemente eso no era así, me retorcía de dolor. Es mejor que te quedes ahí, me grito el orangután de 1.80. Mientras Fiorella parecía excitada al verme tirado y dolor.

Me levantó y mientras la gente, me mira con asombro. Empuño mis manos y suelto el golpe más certero que haya dado en mi vida, por no decir el primero, a la nariz de Sergio. Sus ojos lagrimearon, y se arrodillo, mientras Fiorella corrió a su ayuda, y me empujó, yo no entendía qué estaba pasando, había luchado por ella, por nosotros y por mí. Pero qué te pasa imbécil, me llamo, Fiorella, no vez lo que has hecho. Felizmente, la caballería había llegado, Reiner al percatarse de mi ausencia salió en mi búsqueda con dos amigos. Luego todo fue caos y el resto fue sirenas y una rápida corrida. El lunes iré a clases con lentes oscuros.

-Oye, estas ahí, me dice Reiner.
-Ajap.
-Oye, qué te pasa.
-Te has fijado en lo hermosa que es aquella chica, que está entrando en la puerta, ¿cómo se llamara?
-Jaja, sí pero olvídala, está fuera de tu alcance.

Ella baila a lo lejos una canción de Fito Páez. Y yo la observo en la esquina desde mi vaso de cerveza. Qué habrá detrás de esas ropas, cuáles serán sus sueños, sus misterios, sus secretos, su vida. Lo pienso, mientras me imagino lo que puedo decir para abordarla.

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Imagen por Google.
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