lunes, 13 de diciembre de 2010

IV. Noventa segundos




Miércoles, 16 de octubre de 2007
Derribaba alumnos a su paso. Había utilizado su voz dulce, mirada diagonal y sonrisa coqueta para que un chico desconocido de la biblioteca aceptara ayudarla a sacar un libro que necesitaba para su exposición de Historia. La mochila le pesaba, hojeó el libro con prisa y leyó el capítulo que le correspondía. “¡Dónde están los amigos cuando se les necesita!”, reclamó Lucía, en voz alta.

Algunos voltearon a mirar a la loca que gritaba, los más mañosos dieron una ojeada rápida a los bien contenidos dieciocho años que relucía su trasero. Por entregar unos libros a destiempo, el sistema de la biblioteca suspendía automáticamente su carnet por unos días. Lucía confió que llamando a su amigo Peter solucionaría todo rápidamente y éste le prestaría un libro utilizando su carnet. Pero se equivocó. Peter, y otros amigos a los que también llamó, estaban ocupados, fuera de la universidad o no respondían al celular.

Esta circunstancia enfrentó a Lucía contra una verdad: la soledad del estudiante. A medida que escalaba ciclo por ciclo, se volvía una alumna más solitaria que tenía que lidiar no con amigos, sino con futuros colegas, cuyas relaciones eran dominadas por la conveniencia y rodeadas de un aire falsete. Sus amigos, los verdaderos, los de antes, los cachimbos, estuvieron allí todo el tiempo, eran alegres y entusiastas personas dispuestas a satisfacer sus necesidades más básicas, como almorzar juntos o acompañarla antes que empiece su clase. Pero a ellos, el tiempo también los había cernido entre los fieles y los malagracia, personas con las que se cruzaba pero ya no saludaba.

Las Meras tampoco volvieron a reunir. Después de la humillante destrucción de Malo Marcelo (quedó lisiado, perdió la memoria y, por miedo, volvió a dormir en cama de sus padres), no supieron mucho una de la otra. Cuando se cruzaba con una de las Meras en la Católica, las saludaba al vuelo. Sin embargo, Lucía distaba de ser una mujer sola pues conocía gente a cada rato, ella le llamaba “amigos al paso”, como aquel buen chico de la biblioteca que le prestó el libro que ahora leía, antes de entrar al salón a exponer.

Sin embargo, Lucía era consciente que en el tiempo que llevaba con Tiger había dejado de lado sus amistades. Repartía su tiempo entre los estudios, las maratones de películas y las visitas de Tiger a su casa. Además de soportar las prohibiciones de ir a fiestas y la selección arbitraria que hacía Tiger de sus amigos.

Porque Lucía se dio tiempo de conocer nuevos amigos, entre ellos Gabriela, de rasgos orientales que también estudiaba leyes y era una chismosa compulsiva. El otro que se ganó su confianza era Javier, un chico alto, de rulos tímidos y mirada traviesa. Estudiaba periodismo, escribía un blog (al igual que ella) y tenía un sentido del humor inexplicable. Disfrutaba de su compañía pero trataba de no hacérselo notar.

Javier la esperaba en el salón de Historia, les tocaba exponer juntos. “Llegas tarde, Castello”, dijo el profesor Olarte. Ella le pidió disculpas, avanzó, no miró a nadie, tomó su posición frente a la pizarra, junto a Javier y otros compañeros, esperó su turno y empezó a hablar. Había memorizado todo, casi como si hubiera guardado ese conocimiento dentro de ella hasta esperar ese momento donde recitaba todo lo que había leído minutos antes. Haber abierto el libro no fue más que recordar lo que ya sabía.



Sábado, 21 de abril  de 2007
Levanta de la cama, con mucho esfuerzo, su cuerpo pesado y sudoroso. ¿Estás apurado?, ¿tienes problemas?, no te preocupes, ya pasará; Lucía está a punto de elegir una de esas frases, la piensa, las calibra, juega con ellas, las chocolatea en su mente. No quiere herirlo, pero anula sus pensamientos y lanza la primera. Tiger la escucha de espaldas, cierra los ojos, no hay tiempo para la pena, le echa la culpa a problemas que sobrepasan el cobertizo y las colchas relucientes del hostal que los refugia.

Lucía quiere ayudarlo, cubre sus senos con el cobertor, se levanta y masajea la espalda de Tiger. Es su manera de decirle que todo está bien, que no le molesta que él haya ganado la carrera, que le hubiera dado asquito ver su semen dividir la cama en dos, que luego es incómodo dormir sobre húmedo y que es un hombre bueno porque indirectamente le ahorra trabajo a la lavandera oficial del hostal.

“Seguro el cebiche te cayó mal, gordo”, dijo Lucía para resumir todo. “Debe ser, no me ha pasado antes, debió ser la comida”, dijo Tiger, dándole cuerda a la excusa culinaria que Lucía inventó. Horas antes, como ya se había hecho costumbre, degustaron entre los dos, mitad y mitad, en un rebuscado huarique de la avenida Guardia Chalaca, un “combo triple marítimo” que activó las ganas de lamerse el uno al otro esta vez con el tiempo que no tuvieron la noche del cumpleaños de Lucía.

Tiger la quería bien y ella lo sabía. Él se tragó sin chistar seis largos meses para que Lucía se anime por fin a tener sexo con él y con cierta regularidad. Lucía había seguido someramente los consejos de Fiorella, lo había hecho esperar para que Tiger no creyera que tendría todo fácil. Ahora que las Meras estaban ocupadas en sus quehaceres, prácticamente en otra dimensión, Lucía cedía terreno en sus convicciones virginales para entregar su tesoro chorrillano en manos del hombre que amaba con todas sus fuerzas. Que a Tiger se le cayera el asta antes de tiempo y se ofuscara eran asuntos que no le competían, ella era feliz, creía que el mejor sexo es el que no hace doler.

-Para mí está bien así, Tiger, además me dolía un egg literalmente -consoló Lucía, que no le importaba mucho el tiempo-.

Él trataba de pensar en episodios depresivos y aterradores: velorios recientes, la muerte navideña de un lechón, niños africanos muertos por inanición, el Papa Noel sin regalos que lo visitaba en sus pesadillas, la cara barbuda de Osama Bin Laden o las amigas más feúcas que tenía en la facultad de Sociales. Multiplicaba sus pensamientos a través de las posibilidades que le presentaba el universo mientras cabalgaba sobre Lucía con una pose convencional. No se concentraba en él ni en ella. Su pequeño gorgojo lo traicionaría muchas veces más.



Miércoles, 16 de octubre (2007)
“¿Cuéntame, Lucía, cuánto tiempo llevas con Tiger?”, preguntó Javier mientras metía tres monedas al Vendomatic. Pulsó “B4” y la maquina hizo un mugido que ocultó el suspiro de Lucía. “Un año”, dijo como quien da la hora. Ella le pidió a Javier que la acompañe a devolver un libro a la biblioteca, aprovechando el receso de diez minutos que daba el profesor Olarte. Sin embargo, caminaban despacio, nada los apuraba, era la primera vez que Lucía hablaría sobre Tiger con Javier.

Él consideraba de mal gusto preguntarle a una chica por su novio. Estaba convencido que cuando conocía a una chica esa pregunta era un gravísimo primer error. Él procuraba llevarlas por otros caminos, sin mencionar o recordar al susodicho para así conocer el alma libre que toda chica comprometida lleva dentro. Podía no funcionar inmediatamente pero a largo plazo había resultado un par de veces.

Hacerle ahora esa pregunta, cuánto tiempo llevas con Tiger, cómo les va, no era más que la muestra de las intenciones netamente amicales a las que Javier quería encaminar la relación. Conocía a Tiger pues había acompañado a Lucía a todas las reuniones del grupo, justificaba su presencia aportando ideas. Para Javier no era lo mismo conocer a una chica emparejada que conocerla soltera. La primera pierde todo su misterio apenas anuncia que un hombre pulula su corazón, pero las solitarias, además de llamar a la reflexión sobre el motivo de su soltería, intrigan al no tener, o no mostrar en un primer momento, una cara, un rostro formado por su deseo. De un hombre siempre se descuelga la posibilidad de caber en ese molde informe. En este caso, Lucía le parecía bonita, pero había perdido la magia desde el primer momento y no le interesaba. “Siempre están juntos, te quiere mucho”, dijo Javier por fin. Lucía mira a otro lado y pega el hombro a su sonrisa.

Al salir de la biblioteca, Lucía dispara: “hay algo raro en ti, sabes”. “Algo como qué”, dice Javier. Lo mira bien y le dice “es que… te pareces a mi ex”. Él bromea “o sea que tuviste un ex para nada guapo”. “No, aparte de eso, tu cara, tu pelo, tu paciencia”, Javier se tocaba su cara, su pelo, ella proseguía “la primera vez que te vi de lejos, me recordaste mucho a él”. “¿Y quién era él?”, preguntó ahora sí seriamente. “Se llama Ringo, también está en Letras, acaba de ingresar”. Luego aclaró que ya no pasaba nada con él.

Javier aprovechó la caminata para sacar un libro y le pidió a Lucía que lo acompañase a las fotocopiadoras de afuera. Ella accedió, Javier parecía tener el don de escucharla y ella tenía la necesidad de contar sus cosas. Javier era lo primero que tenía a la mano para exorcizar o poner en foco algunas cosas que creía de Tiger. “Nada es lo que parece, Tiger me quiere pero tiene el mal gusto de venirse antes que yo”, fulminó de nuevo.

-Ah caramba, ja ja, pero compréndelo, no sé, estará preocupado -dijo Javier-.
-Los hombres se ponen de acuerdo para dar esa excusa ¿no? -replicó Lucía-.
-Pero cuánto dura, ¿tres?
-¡Bueno fuera!, en minuto y medio muere su gorgojo.
-¡Coño!, eso me da un poco de vergüenza ajena. De repente gritas mucho y se nerviosea.
-Pero qué quieres, ¡que me quede callada!
-Claro que no, ¿y han consultado con doctores?
-Nada, no quiere, le da vergüenza. ¿Oye, qué dice en ese letrero de colores?
-¿Cuál? Ah, pero Lucía ese es el t…

No terminó de decir la palabra “telo”, no convenía, pensó que probablemente Lucía estaba mandándole una indirecta, que quería darse un revolcón con él a modo de protesta por los noventa segundos que raspaba Tiger con mucho esfuerzo. Al fin y al cabo, no importaba el motivo, Lucía proponía acercarse al hostal más conocido de la universidad para ver qué eran “esos colores”, era mejor no aclararle nada. Se acercaron, vieron un pasadizo largo que acababa en unas rejas negras y un piso de losetas blancas que llevaban al segundo piso, la recepción seguramente.


...
¡¡CONTINUARÁ EL JUEVES!! No se vayan del país ;)
________________________
Fotografía por Miss_Salander
________________________



PLUMAS INVITADAS: Se acerca el fin de la temporada. Queremos recordarles que HASTA ESTA SEMANA esperamos sus textos que serán publicados en la sección veraniega llamada "Plumas Invitadas" (enero 2011). La EXTENSIÓN es de UNA HOJA Y MEDIA. Envíenlo a la dirección blog.choteadas@yahoo.com Pueden publicarlo bajo el seudónimo que elijan. Gracias.

5 comentarios:

  1. Siempre creativo Reiner, me volviste a sorprender, en que terminara esta novela.

    ResponderEliminar
  2. Gracias únic@ comentarist@, no sé en qué terminará pero terminará después de nuestras vacaciones. Abrazos.

    MÁS TARDE PUBLICO LA ÚLTIMA PARTE DE ESTE PEQUEÑO CAPÍTULO.

    ResponderEliminar
  3. y me ha gusatdo, aunque en pequeños espacios, yo creo que puedes omitar y contar más detalles de la historia.

    ResponderEliminar
  4. chevere la historia, 1 minuto, 5 pelos..!!! alaos

    ResponderEliminar
  5. Anónimo, ya está posteada la segunda parte con más detalles. Saludos.

    Anónimo, chévere, varón.

    La continuación de esto ya está posteada. El post de Teni sale el domingo antes de Cuarto Poder. Saludos.

    r.

    ResponderEliminar

Aunque sea una carita feliz... )=D