miércoles, 29 de febrero de 2012

Pluma Invitada: Colgada

Imagen por phatpuppycreations

Escribe Virgen de Oro


Nada alivia la pena que siento al lado del daiquiri de fresa que Fernando me ha servido mientras yo tomo el sol y él se baña en la piscina. Desde que entré al mundo de los seguros, mi vida goza de una tranquilidad económica envidiable. A Fernando lo conocí en Pacífico, aseguradora en la que trabajo hace un año.

Todos sabemos que nos vamos a morir, pero no sabemos cuándo. Me aprovecho de esa máxima para vender contratos elevados a amigos incautos que me ayudan a facturar sumas provechosas a fin de mes. Es fácil, me amarro un lazo al cabello, me ciño vestidos de colores, mejillas chaposas, perfumes primaverales y match point.

En Pacífico Seguros conocí a Fernando, que me ha preparado un mojito bien rico. Él hace todo lo que yo quiero, si yo le digo salta, él me pregunta cuánto. Es como una mascota amaestrada. Quizás eso lo hace previsible. Siempre quiere darme felicidad, además de mirarme como si yo fuera de otro planeta cuando estamos desnudos en la cama. Las atenciones que busqué en un primer momento han colmado mi paciencia. Si me sigue asfixiando, lo voy a cortar. Le gusta que no bañemos juntos después de tener sexo.

En cambio, David es doctor y director de un hospital de provincias. No es tan agraciado, lo reconozco. Sus rasgos son cobrizos y sus ojos tan negros como su pelo. Lo conocí en mi fiesta de quince años, luego no lo vi más, es que él es hijo de una tía que frecuento poco. Su familia tiene un negocio de buses interprovinciales, ganan mucho dinero, que era lo que antes me importaba. El problema fue mi círculo social, no lo aceptaba. David es mi primo, pero lejano.

Nos reencontramos en el velorio de mi abuelo Pedro Mario. La tristeza que abunda en esos lugares dañó mi cutis. David, mi primo, me llevó a su auto y conversamos. Él me hizo notar que había cambiado mucho en Pacífico Seguros, que me había dejado arrastrar por esa vida frívola que atrae a mis compañeras de oficina.

Quedamos para salir el siguiente fin de semana. La pasé fabuloso con él, no sólo me hizo reír, me contagié de sus aspiraciones personales y sus opiniones políticamente incorrectas. Él, por ejemplo, decía ser parte de una “derecha emergente” en el país y estaba a favor de las corridas de toros. Tres semanas después, lo besé. Me sentía culpable con mi familia por acostarme con mi primo luego del primer beso. En las reuniones familiares, mi “tía” pasó a ocupar el puesto de “la señora”, mi futura suegra. Era incómodo.

Lo fue más para mis amigos. Ellos miraban a David como si fuera un bicho raro, un lunar de carne en mi rostro bello. Lo supe el día que llevé a David a la oficina para que me firmara un seguro de vida (compró el más caro, me pagó un año adelantado). Sólo faltaba expedir el contrato y poner su firma. Ahora que bebo un Cosmopolitan, al pie de esta piscina hermosa, la odio demasiado.

Celebramos el contrato e hicimos el amor en su departamento, donde todavía pensaba en mis compañeras de oficina, que no lo trataron casi nada por pensar que era un advenedizo. El único que no tenía esas objeciones racistas era Fernando. Él siempre se acercaba a mi oficina para conversar y le buscaba errores de novio poco dedicado.

Una noche, David organizó una fiesta de despedida porque lo habían llamado del hospital de Huaraz. Se iba por seis meses, sería un paso inicial para cumplir sus sueños. Convocó a todos sus amigos, la pasamos muy bien. Lamentablemente su bus partía a las seis de la mañana. Después que todos se fueron, me llevó a mi casa e hicimos el amor mejor que nunca. Mi cholito, como le decía, la tiene grande, no se lo puedo negar.

Al despertarme, entré al Facebook y vi que David me había dejado un inbox. Lo abrí. Terminaba la relación conmigo. Argüía tontas razones. “Nuestro círculo no es el mismo”, “estás acostumbrada a gente bonita”, “no te lucirías en las fiestas conmigo”. “Por favor, no me llames”, terminaba el mail. Por las horas registradas, lo había escrito en el bus. Lloré desconsoladamente esa mañana, tuve que ir a trabajar con los ojos hinchados y unos lentes oscuros.

Fernando vino a mi escritorio y me preguntó qué pasaba. Le conté. Me invitó a almorzar y nos fuimos juntos luego del trabajo. Estuvimos en su casa y tras unas copas del vodka más potente de su minibar, abrí mis sentimientos y al filo de la noche lo dejé entrar. Me hizo el amor cuando todavía tenía la herida en carne viva.

Pisé mi casa en la mañana. Evité que mis hermanas me gritaran cuando les dije que David me había terminado mediante un mail el día anterior y que pasé la noche con amigos que me consolaron. Me creyeron. Quisieron pagarme un pasaje a Huaraz para recuperarlo. No supe qué decir. No podía abandonar el trabajo tan fácil.

Le conté a mi jefa la idea de ir a buscar al amor de mi vida. Ella me gritó. “¡No te va a cagar un cholo de mierda!”, “¡mírate, eres linda!”, “¡en la oficina babean por ti, puedes conseguir al que quieras!” y demás estupideces que en su momento creí. Me quedé en Lima, atada a Fernando, intentaba enamorarme de él. Hacía el amor con Fernando por odio a David.

Han pasado seis meses, David ha vuelto. No sé qué hacer con mis hombres, ¿por cuál me decido? Fernando ha sido demasiado bueno conmigo, pero no me satisface. Necesito un trago más fuerte, tráeme un whisky mi amor, en las rocas, para pensar en mi encuentro con David. Tengo que entregarle el seguro de vida que firmó hace seis meses. Prometo que no te voy a dejar, me gusta que seas como mi mayordomo y recojas los insectos muertos de la piscina para que yo pueda sumergirme en paz.

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Esta historia en una canción

domingo, 26 de febrero de 2012

Pluma Invitada: Nunca digas te quiero

Imagen por pathpuppycreations

Escribe Furazao

Nunca me ha gustado ser el malo de la película. Pero ahí estaba Alice, parada delante de mí. Con aquel vestido blanco, cinturón dorado y sandalias plomas que me gustaban tanto. No podía ocultar más mis sentimientos. No es que no la amara del todo, todo lo contrario. Sin embargo, me hubiese gustado amarla como solo un hombre ama a una mujer. Yo era un jovencito confundido de veinte años reprimiendo lo que en silencio sospecho que Alice sabía. Aunque nunca supe a ciencia cierta. A ella me la había presentado Andrea, novia de Diego, mi mejor amigo, y quizás por eso mantuve una larga relación con ella, la más larga que haya sostenido con una mujer. Ahora los dos sentados bajo el sol de verano, no sabía cómo empezar lo que sabría le destrozaría su joven corazón. Mientras arrancaba un girasol de su jardín y se lo colocaba en la oreja, yo me balanceaba en su columpio. Empecé diciendo algo como que teníamos que hablar. Ella dejó caer la flor de su cabello, y los ojos empezaron a llenarse de lágrimas. No me dejó terminar palabra alguna cuando me abrazó con mucha fuerza, tanta que no me dejaba respirar. La retiré con algo de tino. Lo siguiente, fue un dulce beso, y me retiré. Ella me dio tiempo para pensar las cosas, aunque no había nada que pensar, yo la quería pero no quería que ella estuviese sufriendo por mí, igual que lo hizo por su anterior novio, que solo la usaba para acostarse con ella, y con el cual perdió su virginidad. Los días siguientes, se los dediqué a Diego, cómo no hacerlo, era la razón principal por la cual comencé una farsa con Alice, vi interminables partidos de futbol, aprendí algunos nombres de jugadores, hasta me atreví a practicarlo sin éxito, aunque defendía bien, o eso era lo que me decía Diego. Yo estaba sentando en la parte de atrás del carro cuando sorpresivamente fuimos a buscar a Andrea, ellos se quedaron conversando  por largo tiempo, no podía dejar de ver a Andrea como mi eterna rival. Nunca supe lo que Diego veía en ella. Es decir, con esos  polos negros y esos cabellos greñudos que te tapaban el rostro, claro ella era todo lo opuesto que era Alice, y también por eso me gusto estar con ella. Luego Diego se despidió de ella, volvió al carro, me ordeno a pasar al asiento de copiloto y pasamos por una tienda. Me invitó unas cervezas, las cual sólo tomaba cuando él me las invitaba pues yo sé lo mucho que la levadura te hace engordar. Me preguntó si estaba bien, si necesitaba decirle algo, aunque yo no supe qué decirle, él me dijo que se encargaría de todo, me llevó a su casa, llamó a unas cuantas amigas, y me dijo que podía escoger a la que más me gustara. Quizás él pensaba que Alice había terminado conmigo y que yo necesitaba a otra mujer, pero yo no necesitaba a una mujer, yo lo necesitaba a él. Como la mayoría de los sábados los padres de Diego se iban a sus reuniones de siempre, por lo cual dejaban la casa de Diego para hacer sus desvanes de niño consentido y mimado. Las chicas fueron llegando poco a poco, de pronto estábamos rodeados de seis lindas muñecas, con las cuales me hubiese gustado intercambiar consejos de belleza y secretos de cómo calentar a un hombre, en vez de que ellas tratasen de calentarme a mí. Conforme fue avanzando la noche, me quedé conversando con una a lo lejos, observaba a Diego, despidiendo a las demás él también se quedó con una. Me dejó solo con una de ellas, mientras él bajaba a la cocina para traer media botella de pisco que le quedaba. Teresa, la chica que se quedo conmigo, empezó a ponerse algo más que cariñosa. Se abalanzó sobre mí, empezó a besarme el cuello, mientras que con mi mano derecha buscaba a subir el volumen de la radio, ella me retiro el control y la separé sutilmente para decirle que Diego podría subir en cualquier momento, así que le dije que esperara a que subiera. Llegué a la cocina, observé a Diego lamiendo con descaro los senos de globo de la rubia de cabello pintado. Interrumpí la escena. Diego podemos hablar, dije. Él se disculpo con la chica, que se tapaba sus desencantos.

-Qué mierda quieres, me dice Diego, en voz baja.
-Diego, tu amiga la de arriba está loca, se abalanzó sobre mí.
-Huevón, no era eso lo que querías. Sé que Ale te cagó, yo te he conseguido otra y bueno sé que no está tan buena como Ale pero dios es sexo.
-No, no está bien.
-Bueno haz lo que quieras, yo me quedo aquí.

Salí furioso de su casa sin despedirme, no solo tenia que compartirlo con Andrea, si no ahora con aquella putita de la de Lima.

Dos días después en una playa del sur nos encontramos. Él estaba molesto conmigo por el desplante que le hice a la facilona que me consiguió. No le mencioné el tema y lo invite a pasar a mi casa para tratar de explicarle. Mis papás se habían ido dos playas más abajo a comprar algunas cosas que faltaban, aquella noche daríamos una fiesta por la inauguración de nuestra casa de playa.

-Bien, habla me grita Diego, y lo único que hace es ponerme libidinoso, cuando habla así.
-Diego, yo terminé con Alicia y no al revés.
-Qué, se sorprende, estás cagado, seguro no quería tirar contigo, dale tiempo. Lo del huevón ese la dejó dañada, pero a mí Andrea me ha dicho que se caga por ti, es más, van a venir a la fiesta de tus viejos, yo las invité, se reconcilian y estaremos de putamadre los cuatro.
-Diego, por qué hiciste eso. No te das cuenta que yo no quiero estar con ella.
-Por qué, eres maricón o algo por estilo acaso, déjate de huevadas, el otro fin de semana mi casa estará sola, y podrás hacerla tuya, ya verás.
-Carajo, Diego no. El problema es que yo te quiero.
-Cabro de mierda, siempre lo supe, Andrea me lo dijo una vez y no le creí, vete a la mierda.

Aquella noche, no vino Diego ni Andrea, aunque sí Alice. Regresamos y estuvimos juntos casi todo ese verano. Aunque luego, decidí irme a Piura, a la casa de mis abuelos. Hasta que los problemas se tranquilizaran en Lima. Luego supe que Andrea dejó a Diego por Mauricio, su ex. A veces pienso que Lima, no está prepara para mí y para los que son como yo. A veces pienso que lo mejor fue no haber dicho nada, quizás ahora todos estaríamos juntos.


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The Smiths - Girlfriend In A Coma por stevanhogg

jueves, 23 de febrero de 2012

Pluma Invitada: Dos idiomas diferentes

Imagen por phatpuppycreations


Escribe Marilú Bengalí


La conocí en una bailanta todo apretado. Nos tropezamos pero fui yo el que se puso colorado. Era distinta y diferente su meneada y un destello inteligente había en su mirada. Johansen canta como si conociera mi historia, como si se la hubiese contado antes o la supiese incluso antes de que ocurriera.

En el Perú no hay “bailantas”, pero estaba en un lugar muy parecido. La gente atiborrada, intentando bailar en el minúsculo espacio restante. Afuera era invierno pero adentro parecía un día de verano. Por grosero que suene, la ropa incomodaba ante el calor imperante. Ni la cerveza helada podía librarnos de la cálida atmósfera. La música estaba buena así que valía la pena.

¿Qué hacía yo ahí? ¿Qué hacía una intelectualona monce que no sabe bailar en un lugar como ése? Aún no lo sé, pero me sentía a gusto. Muchos de mis amigos están ahí; pasaban saludaban y se iban. Nuestro grupo parecía destinado a quedar como un “Lady’s Night”.
Cuando apareció lo ignoré por completo. A primera vista no le encontré nada interesante. O de repente no lo vi bien siquiera. Ana, que estaba a mi lado, volteó hacia mí y dijo algo apenas comprensible entre el ruido. Pude escuchar mi nombre y entonces entendí que nos estaba presentando. El besito de rigor y una sonrisa de cortesía para poder seguir bailando, sola. Se fue.

Las horas avanzaron y las malas lenguas dicen que el alcohol desinhibe. La canción ameritaba el pasito sensualón hasta abajo. Yo actuaba como si no hubiese nadie más en el lugar. Alcé la vista y encontré dos ojos que me miraban con atención. ¿Mi reacción? una mirada coqueta que nos llevó al siguiente paso.

     ¿Cómo te llamas?
     Andrea, ¿y tú?
     Antonio. ¿Eres amiga de Ana no?
     ¡Sí! ¿Cómo sabes?
     Nos presentó hace un toque.

Y bailamos, y bailamos, y bailamos. En realidad, yo hubiese preferido hablar de filosofía, sociología o el último libro que leí pero, por esta vez sólo bailar no estaba tan mal. Intercambiamos pocas palabras. La primera conversación empezaba a tomar forma cuando Ana surgió a mi lado para avisarnos que era hora de irnos. Era muy tarde, o muy temprano, dependiendo de cómo lo veas.

“Sácate los zapatos”. Obedecí y con mucha cautela intentamos llegar a su cuarto sin despertar a nadie. Lo intentamos. Dos pasos antes de llegar escuchamos: “Se suponía que llegabas a las tres y es un cuarto para las seis”. Alguna vez oí que mamá que no jode no es mamá, pero esta vez la tía tenía razón. Metí la vergüenza al bolsillo y caminé hasta el cuarto. Me acosté en la porción de cama que me correspondía. Ana hizo lo mismo.

     Tu amigo me gusta.
     ¿Qué amigo?

No llegué a contestar. Tal vez hubiese sido mejor que nunca se entere. En la mañana, la resaca no se hizo esperar. “¡Ayer desapareciste! ¿Te portaste bien no?”. En realidad, no podía responder por que no recordaba con exactitud lo que hice o dejé de hacer. “¡Claro que sí! Como siempre”, contesté.

Ese mismo día, a las 7:15 pm recibí una alerta de un número desconocido. Pensé que era el pesado ese que insistía en llamar de números desconocidos desde que descubrió que no le contestaba a propósito. Vi mi registro de llamadas por manía. Tuve lo que mi profe de Lenguaje de Medios llamaría un flashback. Era él: ¿Antonio?

                     Hola.
                     Hola ¿qué tal? Te fuiste sin despedirte, me abandonaste.
                     ¿Abandonarte? Lo siento, tenía que irme.

Una parte de la historia se me perdió, habíamos intercambiado números y me había ido súbitamente. Luego de su primera frase, asumí que vendría con floros monces y frases trilladas del típico conquistador. Mis amigas y yo prometimos jamás entablar relaciones con chicos que conocíamos en fiestas. Olvidé la promesa y me dejé llevar.

Tal como lo predije, el floro monce llegó. El problema fue que me gustó. Tenía siempre la frase precisa, el tonito perfecto, la respuesta que me hacía sonreír. Entonces, cometí el primer error.

Error 1: Me ilusioné, le creí TODO. Habíamos nacido el mismo día, el mismo mes, el mismo año. Nos reíamos todo el tiempo. Era divertido y había demostrado ser más inteligente de lo que yo esperaba. Los gustos afines y las opiniones compatibles eran constantes en las conversaciones. Cada vez, la posibilidad de que fuera lo que había estado buscando se hacía más evidente.

Nuestra primera cita luego de conocernos fue tétrica. Hablamos de cosas tontas y banales. Nada que ver con las conversaciones profundas que me encanta tener. Al despedirnos estaba convencida que no pasaba nada. La decepción fue rotunda. Pero ya estaba demasiado afanada. Entonces, cometí el segundo error.

Error 2: Le dejé saber que me gustaba. En un arresto de estupidez confesé que me gustaba. Fue lo peor que pude hacer. No sólo ignoré los puntos en contra que él había acumulado, sino que hice el ridículo porque a pesar de todas las señales que indicaban que yo le gustaba, no era así. O tal vez, sí le gustaba pero no del mismo modo. No estábamos hablando el mismo idioma.

El instante fue tenso. La conversación siguió de todos modos, pero la incomodidad se hizo notar. Donde yo encontré la señal de una relación que pudiera durar semanas o meses, él solo quería transmitir el deseo de algo libre de compromiso. Peor aún, nuestra incompatibilidad era tanta que ni siquiera coincidimos en el esfuerzo que estábamos dispuestos a dar. Él quería un cuerpo, yo un corazón.

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lunes, 20 de febrero de 2012

Pluma Invitada: Tres versiones de ella

Los hombres pueden ser analizados, 
las mujeres sólo pueden ser amadas
Oscar Wilde

Imagen por pathpuppycreations


La noche abarcó mis pensamientos que se sumergían de a pocos en mi taza de café. Encendiendo un cigarrillo, rápidamente recordé lo conversado con mi amigo, era acerca de los torpes amores y los poco convencionales métodos de atraer al mismo, pero en esta ocasión era diferente. No se trataba solamente de un tropiezo de aquellos o de un simple encuentro en donde mis ideas embalsamadas con alcohol y otras cosas más daban la justificación suficiente para pretender ganar con alguna mujer.

Aun la recuerdo, está tan fresca en mi mente como el corte que acabo de hacerme en el dedo con una navaja suiza. Jorge conoció a Amanda en una peculiar fiesta de Halloween. Él la recuerda tan bien como yo, pero creo que él más, por el vestido de “Novia de la muerte” que Amanda llevaba esa noche. Él también fue acompañado de Malena. Para Jorge fue la noche más encendida de todas, la infinita, la que se grabó en un vinil para jamás olvidarla. Las risas (su risa), las miradas (yo era más que un estúpido), los bailes, fue una noche cualquiera del mes en Barranco, pero fue un día bisiesto en mi calendario personal, jamás volvería a repetirse.

En estos días hice un repaso de todo el tiempo: antes, durante y después de Amanda. Lógicamente “antes”: estaba designado a una simple verdad; “durante”: era un inocente verdugo que cortaba de a pocos la fantasía para mancillar así el amor con mi suerte. Y “después”: trato de mil formas de explicarme el porqué sigo hablando de ella después de todo.

Como mala persona soy un completo desastre.
Hay mentiras de gente que afirma que no he hecho nada malo en toda mi vida.
Por supuesto sólo se atreven a decirlo a mis espaldas. 
Oscar Wilde

Hace unos días, le conté a Jorge sobre Amanda, para sorpresa de él, no fue para recordarla a ella, fue para decirle que salimos. El sobresalto de Jorge era de esperarse. –¡Cómo así, la puta madre! Yo solamente atiné –Sí, nos vimos por tercera vez. Él estaba atónito, sorprendido y sediento de saber lo que pasó. Lo natural fue contarle todo y no obviar el sexo, pero hubo algo que no fue tan natural a mi parecer. La reacción que tuve la segunda vez que la vi: me comporté como “el vengador de los ex” o una especie de “The Punisher”.

Después de una hora de plática, y de caminar por los rincones pueblerinos de esta ciudad, Jorge se sentía satisfecho de mi acción. Creo que fue su venganza, al menos la de él estaba más consiente que la mía, o tal vez nunca tuve esa intención.

El primer encuentro que tuve con Amanda fue planeado con anticipo de un mes. A vísperas de diciembre la llamé para citarnos. Ella, como era de esperarse, me avisaría, y su mensaje llegó en la madrugada del 23 de ese mes. Quería que vaya a su casa en la mañana. Asistí como de costumbre casi puntual, casi, porque me adelanté unos minutos. La esperé en el sillón, estaba durmiendo y yo sucumbí al sueño de tanto esperarla, al despertarme ella apareció delante de mí. Sollozando por el apresurado despertar de algo que se venía venir, como un poema de Benedetti.

La segunda vez fue más esperada pero esta vez una llamada de María mientras nos vestíamos causó curiosidad en ella. Presurosos al salir de su casa, en el taxi, camino al centro comercial, ignoré por un momento a Amanda y contesté la llamada de María. Mi vista panorámica advirtió que los ojos de Amanda se posaron sobre mí. Al terminar la llamada, le dije que estaba saliendo con María. No supe descifrar sus lágrimas, no sé si fue por el desconcierto que la tomó por sorpresa o por los síntomas de su gripe y resfrío que ella sufría hace un par de días. El silencio sucumbió.

La tercera vez fue más directa en todos sus aspectos, el sexo volvió en un aperitivo a medio consagrar, y yo sólo podía darme la ventaja de devorar cada segundo de su presencia. Al terminar, la acompañé a su trabajo, atendía en una tienda de modas en San Isidro, me preguntó por María, que cómo me iba con ella, sólo le respondí que nada funcionaba y que nunca funcionó. Ella sólo calló.

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viernes, 17 de febrero de 2012

Pluma Invitada: Contigo y sin ti

Imagen por phatpuppycreations

Escribe Viviana Dallas

Ya está decidido. He pensado en decirte todo desde hace dos días. El fin de semana me ha permitido repasar una y otra vez lo que voy a decirte. Hoy será el día. Me despierto muy temprano, incluso antes de que el despertador suene. Descalza, voy al baño sin abrir los ojos. Abro el grifo. El agua está helada, pero no me importa, no espero que caliente. Salgo tiritando. Cojo la ropa que alisté y me visto. Cepillo mis dientes y salgo de casa.

Siete de la mañana. El micro no viene. Ya quiero llegar al salón de clases. Quiero verte y sentarme al lado tuyo. Que seamos dos amigos que escuchan atentos a su profesor. Que todo esté bien entre nosotros. Lo siento. Entre tú y yo. Sé que no existe un nosotros.

Siete y diez. Aun no pasa el micro. Me desespero. Por fin.

Siete y cincuenta. Ya estoy en la avenida La Marina.

Ocho de la mañana. Veo la puerta del salón. Ingreso. Me dirijo a mi lugar de siempre, adelante, frente al profesor, quien ya empezaba a pasar la lista.

-Hagan un sonido al escuchar su apellido. Moreno.
-Presente.
-Jiménez.
-Presente.
-Calero… Calero.

Volteo. Te busco con la mirada sabiendo que no estás.

-Dallas.
-Presente, digo, casi en un susurro.

El profesor levanta la mirada y me ve. Anota en su lista que sí estoy aunque pareciera que no estuviera. Es cierto. No estoy en el salón, estoy contigo. Estamos en el pasto, aquel lugar al que solíamos ir para estudiar meses atrás. Estamos echados, mirando al cielo, conversando de cosas que no valen la pena ser habladas entre nosotros. ¿Por qué seguir perdiendo el tiempo?, pienso. Empiezo a decirle todo lo que siento, que ya no puedo guardar más, que me disculpes por no haber sido sincera contigo, que lamento haber perdido el tiempo, que sí, es cierto, yo también estaba enamorada de ti pero tuve miedo de ser honesta cuando tú me lo confesaste, en este mismo lugar, hace un par de meses. Y tú me dices que me perdonas, que nada importa, que por fin estamos juntos y que todo va a estar bien entre nosotros. No. Eso es lo que yo quiero escuchar. Tú dices que es mejor que dejemos de vernos.

-Dallas, ¿estás de acuerdo con lo mencionado?

Estoy en el salón otra vez, con la mirada del profesor dirigida hacia mí.

-Sí, profesor. Muy de acuerdo.

Escucho risas. No me importa. Sonrío.

Vuelvo a estar contigo. Incluso recostados y tras un árbol. Tú ves a Romina, nuestra amiga, la que hace un par de días me confesó que estaba enamorada de ti.

No pude evitar preguntarle si ya había pasado algo entre ustedes aunque, claro, ella no sabe lo que ha pasado entre nosotros, ni se imagina que su “sujeto” también es mi “sujeto”. Que ambas estamos enamoradas del mismo “sujeto”. Romina me confesó que fueron juntos a un concierto, pero que no fue una salida, sino que fueron con un amigo más, que ambos conocían a ese cantante británico, desconocido para mí, y que todo salió “muy rápido, el mismo día”. No podía seguir escuchando lo que ella decía. Tampoco podía dejarlo de hacer.

-¿Y te llama?, le pregunto.
-Ayer me envió un mensaje, dice entusiasmada Romina.
-¿En serio?, qué bien, eso significa que tiene interés.

Cogí su celular de la mesa y empecé a leer los mensajes. Mientras los leía me mentía diciendo que no eran de gran importancia, eran sólo cuatro mensajes un 26 de mayo. Tú le decías que estabas deprimido porque una chica no te hacía caso. “Me deja huérfano de la enfermedad de no tenerla”, le pusiste, acéptalo, fuiste huachafo pero me gustó, pues supuse que esa chica era yo. Resolví que Romina no sería un problema, pero aun así me daban celos que le hayas enviado cuatro mensajes ese día y ninguno a mí.

Y Romina me pregunta qué tal me va a mí. Yo le digo que creo que mi “sujeto” ya no quiere seguir saliendo conmigo, que pienso que está enamorado de otra persona, que ya no es el mismo de antes. Ella me aconseja, me dice “habla con él, dile todo lo que sientes”, y yo le digo que soy muy orgullosa y que no puedo, y ella me insiste, “pero si ya te ha dicho antes que quería estar contigo, quizás ya no te dice nada porque cree que tú no quieres nada serio con él, probablemente él también está siendo orgulloso ahora”.

Ella quiere que yo se lo quite. ¡¿Por qué no te das cuenta Romina?! ¡Reacciona! ¿No te percatas que al decirme eso me incitas a hacerlo, a arrebatártelo?

Tú la llamas. La saludamos, ella te sonríe y tú a ella. La miras con esos ojos penetrantes que tantas veces me han doblegado. Siento celos otra vez.

Alguien abre la puerta, volteo. No, no eres tú.

Nueve de la mañana. El profesor manda al break. Me demoro a propósito, porque, quizás, tú estarías esperándome afuera del salón. Te imagino sonriéndome, mientras me dices “me quedé dormido”. Pero salgo y no, no estás. Voy a comprar y mientras regreso pienso que estás esperándome en el salón. Pero tampoco estás.

Nueve y diez. El profesor vuelve a entrar. Y yo vuelvo a salir porque estoy contigo otra vez. Ya no sé dónde estamos, pero estamos juntos.

Nueve y cuarentiocho. Me llega un mensaje, no eres tú, es Franco, con quien crees que estoy saliendo.

Es cierto que antes tuvimos una relación, pero eso quedó en el pasado. ¿No te das cuenta que no quiero estar con nadie más que contigo? Sonrío al recordar lo que me dijo Franco el viernes, “tú sales con él, él sale contigo, él piensa que yo salgo contigo. Ella quiere salir con él, ella quiere que tú también salgas con él’ si saber que ‘él’ es él”. Telenovela mexicana, pensé. Franco y yo, después de terminar nuestra relación de seis meses, nos hemos vuelto muy buenos amigos, nunca había mantenido una tan buena relación con un ex. Él sabe que yo estaba decidida a decírtelo todo hoy.

Le respondo con un simple “10 afuera de mi salón”.

Diez de la mañana. Salgo presurosa, pensando por última vez en verte afuera. Y te veo. Sonrío. Pero no estás solo. Estás con ella, con Romina, besándose. Franco también está ahí. Lo abrazo. Él comprende la situación y me besa.

Los cuatro, juntos, avanzamos hacia nuestra relación. Tú y Romina comienzan una relación; Franco y yo, una farsa. El ciclo recién inicia, pero yo ya quiero que todo termine.

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martes, 14 de febrero de 2012

Pluma Invitada: Gritos / Silencio

Imagen por phatpuppycreations
Escribe Fabiana Cantilo


Silencio, silencio. Oscuridad tenue, abrumadora. Un instante de luz, como luciérnagas amarillas revelando sus nombres. El silencio se convierte en una pequeña risa, la risa en su voz, su voz en un beso, y nuevamente el silencio, silencio en las paredes de una habitación cualquiera en una esquina de la ciudad.

La tristeza, la alegría, el recuerdo y la confusión, son un carnaval de sentimientos en su cabeza. Ella está ahí, aferrada en sus brazos, con mil ideas absurdas navegando por el hipotálamo de sus emociones, él la mira de forma sutil, tierna, como si no hubiera existido el amor antes ni después de ellos.

Silencio, silencio. El mundo se ha reducido a eso, silencio. Se ha convertido en el lecho para los jóvenes amantes, como una isla flotante girando en su propio universo. Reducido a un cuarto con una iluminación bastante defectuosa.

Son dos almas desnudas, dos almas entrelazadas, dos almas con dudas, llenas de confusión. El silencio se ha convertido en caricias, caricias tiernas, suaves, temblorosas. La yema de sus dedos pasa por su rostro, perfectamente contrastado, y él la va llevando al rincón del país que han creado.

Los ojos de él están plasmados en los de ella. Ella lo mira, lo besa, lo abraza, le desordena el cabello. Ambos luchan por imponerse al otro, por no sucumbir ante el encanto del amor del dominado y el dominador.

El galope se hace incesante, poseídos por un ritmo frenético. Sudor, más caricias, más besos, la patria de sus cuerpos se ha convertido en un solo continente. Un leve grito, un pequeño mareo, un temblor en sus piernas, mientras su amante resiste con valentía. Todo alrededor de su cuerpo, mientras los ángeles se comen el sol y el amor devora al amor.

Silencio, silencio, son nada más que dos cuerpos desnudos compartiendo el mismo lecho. Morfeo los llama desde lo profundo. Reclama parte del amor de aquellos mortales, sumergirlos en un sueño profundo como casi eterno.

Luego todo sucedió tan rápido que ella no se explica cómo pasó, él parecía seguir hechizado de amor navegando entre el limbo del país de los sueños. Ella lo miró por última vez, tomó sus cosas sin hacer ruido, traicionando sus creencias le dejó una nota. Lo siento, escribió con lápiz labial rosado en una hoja de servilleta.

Lo abandonó, lo dejó a su suerte. No es que ella no lo haya amado, lo hizo, se siente virgen, como si fuera el primer hombre y último que la hubiese tocado, tocado de una manera en que sólo una mujer que ha amado sabe. La tocó en el alma.

Pero ella es así, un alma libre, un alma errante. No se detuvo a mirarlo, no podía hacerlo. Si lo hacía sería dar vuelta atrás, a no dejarlo nunca, a cuidarlo para siempre, ella estaba asustada, quizás eso que sentía era amor, sentimiento del cual había huido toda la vida.

Caminó por las calles con mucha prisa, sin saber adónde ir como si la propia muerte anduviera tras sus pasos.

Él parecía ser el hombre de sus sueños. Pero no el hombre de su vida. Era como un niño engreído y testarudo, un niño que no ponía los pies en la tierra, aunque quizás eso era lo que más le gustaba de él.

Nunca supo qué pasó con él, nunca la llamó para preguntarle por qué lo había dejado, quizás ella en el fondo también lo sabía, ella pasó de ser la protagonista a ser una secundaria. Estaba tan dolida como desahuciada, y él nunca la volvió a buscar. Fue como si ambos supieran que el final se encontraba en aquella habitación. Hasta una tarde cualquiera en el centro de la ciudad, sus miradas hicieron contacto, él la reconoció, ella era diferente y él también, no dijeron ni una sola palabra, ambos se encontraban con sus nuevos amantes, y sólo el silencio gritaba el amor que existió alguna vez.


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domingo, 12 de febrero de 2012

Olimpiadas literarias

“Tocamos la puerta de aquellos que les gusta escribir y no se atreven, los que escriben y no publican, los que publican y nadie lee”

Imagen por Domain Barnyard

Se avecina la batalla, no serán tiempos tranquilos. Once humanos moverán los hilos y tentarán la Pluma Invitada. Escritores nuevos cargados de ilusiones viejas rendirán sus argumentos ante el tribunal de los lectores, que decidirán con sus votos quién se llevará el fuego del honor: el III Premio Choteadas Awards.

Bajo el sello de la ficción transformarán sus experiencias en cuentos. Correrán imaginariamente en la pista atlética de la literatura, bucearán en la profunda piscina de las letras, saltarán con la garrocha de un lápiz de carbón, tensarán y lanzarán sus frases como flechas al blanco. Sólo uno se encumbrará sobre los otros diez cuerpos que patinarán sobre el hielo de la indiferencia.

Las Plumas Atletas saltan al ruedo el 14 de febrero y cierran su participación a mediados de marzo. Como todo buen texto, esperan no hacer caso a la fecha de vencimiento, cada Pluma buscará desmarcarse de su tiempo y ser reconocida como la mejor. Cada tres días publicaremos una pluma nueva.

Quien se creyó atrapado en los engolosinados días de febrero, podrá encontrar refugio en estos textos para entretener sus tardes y solazar sus mañanas. Para que todo resulte trasparente, grabamos en vivo (sin ediciones mañosas) el momento del sorteo. Como siempre, echamos mano del azar y ahora presentamos a las Once Plumas Invitadas 2012.





Es cierto que hubo retrasos, pero quién no los tiene. La primera edición fueron siete plumas, el año pasado participaron diez y esta vez son once las que competirán. Si multiplicamos cada pluma por tres días, asistiremos a 33 días de competencia reñida, justa, sana, esperamos que comentadas y dignas del caluroso “me gusta”. Conoceremos las preocupaciones que devanan y quitan tiempo a los siguientes jóvenes escritores:

1- Fabiana Cantilo [14-02-2012]
2- Viviana Dallas [17-02-2012]
3- Cardiofílico [20-02-2012]
4- Marilú Bengalí [23-02-2012]
5- Furazao [26-02-2012]
6- Virgen de Oro [29-02-2012]
7- Darwin [03-03-2012]
8- Luiyi Kafka [06-03-2012]
9- Flor de Fuego [09-03-2012]
10- Edna (Rosa) [12-03-2012]
11- Wavis [15-03-2012]

Disculpen el dislate. En el video dice que las Plumas Invitadas empiezan el 1° de febrero. Preferimos postergar el inicio para el simbólico 14. El ganador o ganadora continuará el legado de Tucuy Ricuy y de AAC, ganadores de las dos primeras ediciones del evento.

Los premios: un polo del blog, un diploma y una entrevista con nosotros. Si los auspiciadores insisten en retirarse de nuestra parrilla, lamentamos informar que los premios serán los mismos y serán entregados con mucho cariño y sin tristeza. (Aprovechamos para decirle a AAC que iremos a dónde sea por entregarle el premio que le debemos).

El sistema de medición será el mismo que el año anterior. Tomaremos en cuenta la cantidad de comentarios, para evitar la vara blogueril (pasarle el link a tus amigos). Es decir, la Cantidad de Comentarios Únicos (CU) representará el 60% del total. Mientras que los Votos de las Urnas Digitales (VUD) se validarán como el 40%. Priorizamos el comentario bien ganado más que la cifra mal jugada.

Léase [ 40%VUD + 60%CU = TOTAL ]

Esas son las condiciones. Si alguno extrañara a los habituales escribidores de “A choteadas aprendí”, podrán encontrarlos y encararlos en sus respectivas cuentas de Twitter: @luisteni y @reii_javier son sus nicks. Ya lo saben. Responderán sus dudas desde alguna insólita provincia del Perú donde se encuentren vacacionando para olvidar la soledad del 14 de febrero, día que las Plumas rompen en fuegos

Declaramos inauguradas las #PlumasInvitadas2012.

Atte.
Choteadas Club

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Fe de erratas: la candidata “Rosa” decidió cambiar a último minuto su sobrenombre. Ahora es “Edna”. No más errores.

lunes, 6 de febrero de 2012

XIV. Delete (2)


Imagen por Honey Pie!


Miércoles, 20 de octubre de 2010
Ha pasado la medianoche, Javier está en el Messenger. Nadie le habla, él no habla con nadie. Amigos y desconocidos aparecen uno a uno en la esquina de su pantalla, felizmente ha quitado el sonido que acompaña a la conexión de cada uno. Sus planes inmediatos consisten en trabar conversación con Sylvia, una chica del pasado que lo besa cuando quiere.

Largas horas frente al computador y no se anima a hablarle. Sylvia hace lo mismo al otro lado. La diferencia está en la retahíla de muñequitos verdes y regordetes que la distraen, le pasan canciones de Youtube, links interesantes y eso le gusta; la calma trae al olvido y Javier queda en el limbo, mordiéndose las uñas e intentando escribir, que eso le ayuda a olvidar el paso indiferente del tiempo.

Termina un párrafo de una novelita que está escribiendo para internet y echa un ojo a la lista de conectados: allí está Lucía. En verde, conectada, enchufada a la red nuevamente. Le sorprende, pues han pasado un mes desde que ella lo borró por quincuagésima vez de sus contactos. No duda en hablarle inmediatamente, no ha olvidado sus ganas de hablarle a Sylvia, pero el miedo le gana con ella, no pasa así con Lucía, con quien tiene más confianza por los kilómetros que llevan juntos.

–Hola ––escribe––.

Lucía nunca lo eliminó, sólo lo bloqueó. Lo que en lenguaje de Messenger significa que ella podía verlo conectado, pero él no podía verla. A Lucía simplemente se le había pasado un poco la ira y quería probarlo, saber su reacción. Como estaba en sus cálculos, Javier no tardó mucho en hablarle.

–Qué milagro, Lucía ––eligió esa frase, entre desinteresada y genuina para no sentirse invasor. Al fin y al cabo, ella le abría la ventana de su vida una vez más––.
–Te tengo eliminado ––finge ella––. Qué haces acá, ¡HACKER! Dios.
–Lucía. No me borres. Conversemos un momento.
–Ya me voy, chau ––primera despedida de Lucía––.
– ¡Ya pues! Tú me volviste a agregar. Desde tu denuncia no he podido acercarme.
–No te he vuelto a agregar, no sé qué haces aquí. Me extraña, me parece raro.
–Sí, es raro. Pero me gusta estar aquí.
–Ya te vas.
–No, cuéntame. ¿Cómo sigue tu cuello? ––se interesa por su dolencia––.
–No sé, no he ido al doctor.
– ¿Por qué no? ––se extraña––.
–No he tenido tiempo.
–Bueno. Confío en que sabes lo que haces y no juegas con tu salud.
–Ok.
–Oye, Lucía. Hoy te vi con tu traje rojo: estabas espléndida.
– ¿Dónde estabas? ––pregunta la abogada––.

Él se remonta a la tarde del mismo día. Javier llamó a Lucía para ir a ver el partido de la Champions League del Milan contra el Real Madrid, del que Lucía es hincha, además de caliente admiradora de Íker Casillas, extrañamente Lucía le contestó y quedaron en verse al frente de la capilla, en la universidad. Ella volvía de su nuevo trabajo en Echecopar, un conocido estudio de abogados, gracias al cual tornó más elegante su vestimenta. Cuando Javier fue, Lucía estaba con un traje rojo encendido y rodeada de tres tipejos de pinta nipona que miraban el abismo de sus senos. Él pasó frente a ella, y ella no lo miró. Incrédulo, la espió un rato y se retiró. Tal vez ese antecedente explicaba que Lucía lo haya vuelto a aceptar en las redes virtuales. Aunque ella dice que no y lo compara con un virus informático que se ha metido en su computadora.

– ¿Qué quieres? ––pregunta ella––.
–Que me expliques, ¿qué es lo que pasa entre nosotros?
–Nada.
– ¿Por qué me hablas por teléfono y luego no dejas que me acerque?
–No tengo tiempo para esto en verdad.
–Sólo huyes de mí ––reclama él––.
–Ehhh, no.
–Entiendo que no te gusta resolver los problemas, que no te gusta encararlos, pero entiéndeme. No quiero vivir así, a pesar de que si paso a tu lado siento una complicidad y extraño hablarte, de saber qué pasas y que el tipo que te acompaña no tiene ni idea de quién eres. Yo sí lo sé, más que él.
–Menso floro, tú no me conoces, directo al grano please.
–Cuando te alejas otra vez me vuelve la pena de ya no poder caminar contigo por la Católica, por todos lados. ¿Por qué has decidido no hablarme? Explícame eso.
–Me da igual, pero preferiría no hacerlo ––dijo ella, sin piedad––.
– ¿Por qué?, dime por qué.
–Me distraes mucho y ahorita no tengo tiempo para eso. Ahora trabajo.
– ¿Distraerte de qué? Lucía quiero decirte algo bien serio pero por tus evasivas no me dejas. No quiero decirte por el chat. No quiero conversar las cosas importantes por Messenger.
–Mira: no te odio ni nada pero dejemos las cosas así como están. Hablemos sólo por las redes.
–No me gusta, no soy un chico 2.0, y no me refiero a los centímetros de mi virilidad por si acaso; soy tradicional, me gusta que me digan las cosas en mi cara. Éramos amigos y lo cortaste ––reclama él––.
–Yo estoy muy bien.
– ¿O sea que nunca más en la vida volveremos a hablar?
–Que te baste con eso.
–Lucía, no me hagas el juego que Tiger te hizo. Perdón por decirte eso, pero es tonto lo que haces.
–Ja ja ja, ok. Karma is a bitch, honey.
–No creo en el Karma, porque le haga daño a una persona no quiere decir que ese daño vuelva a mí. Yo no te hice daño.
–Jamás tendrás ese honor.
– ¿Entonces?
–Simplemente me llegas. Me llegas tú, tu actitud, no la soporto. Por ende no te soporto y por eso estoy mucho mejor sin ti.
–Pero si tú me decías que mi compañía te gustaba ––insiste, terco––.
–Sí, a veces,  pero cuando te conviertes en ese ser descarado, odioso. Me llegas y lo sabes.
– ¿Descarado, odioso? Lucía, si tú siempre me controlaste. Hacíamos tu voluntad.
–Yo no puedo controlar algo que no conozco.
– ¿Y a tus amigos por qué si los puedes controlar? , ¿por qué si puedes estar con ellos y no conmigo?
–Porque ellos son buena gente, me tratan bien.
–Putamadre, me siento un paria, un expatriado de tu compañía. Yo también te trato bien. Tal vez confundimos las cosas, si fue así, bacán, volvamos a ser amigos. A nadie le tengo confianza como a ti, Lucia. Y muy aparte de eso, Lucía, te extraño. Quiero que esto sea como antes, cuando éramos amigos. Antes, antes, antes.
–Muy tarde.
–En verdad me duele que me trates así, como en el mitin de cierre de campaña, me arrastraste. Peter me vio perder, el Partido Verde me vio perder. La alcaldesa de Lima me vio perder.
–La calle de la peruanidad te vio p...
–Y si hoy iba a tu banca, el imperio japonés me iba a ver perder.
–Probablemente ––asiente ella––.
–Ja ja ja. Lucia, no seas así conmigo. Si te reclamaba cosas era porque confundí mi papel. Nunca fui violento, porque nunca te pegué, pero sí fui bruto por hablarte mal como tú dices y yo reconozco que fui.
–No tienes que pegarme para herirme, entiéndelo de una vez. Con tus actitudes me matabas, igual.
–– ¿Tú crees que no me herías? Con tu indiferencia cuando estabas con tus amigas, me jodías, me hacías sentir nada.

La referencia hace recordar a Lucía su otra conversación. Se enfrascó tanto en atender las preocupaciones de Javier que olvidó que una de Las Meras le hablaba por otra ventana. Ella le propuso hacer un reencuentro de amigas, sólo Las Meras, las cinco que fueron en un inicio. Dejó hablando sólo a Javier y conversó con Fiorella, su mejor amiga mera.

Luego, vio que Javier escribió prácticamente un testamento, no se tomó la molestia de leer sus quejas engreídas, para ella no tenían sentido. Sintió que Javier no había cambiado e insistía para verse de nuevo.

–Si los dos nos herimos lo mejor es separarnos y es lo que hice ––sentenció sin leer––. Ojalá aprendas y no te vuelva a pasar en el futuro con otra persona, date cuenta que no puedes tratar mal a las personas.
–Eran celos, peleas de pseudo-enamorados. Y digo “pseudo” porque nunca vas a decir que fuimos algo. Por mi parte, te quise mucho, Lucía. Te quiero todavía y te quiero como amiga ––repetía y resaltaba la palabra “amiga”––, extraño conversar contigo.
–Literalmente y fuera de contexto: no eres tú, soy yo. Ahorita en estos momentos de la vida ya no depende de ti.
–Está mal, no sé tampoco por qué te pido perdón. Lucía, cuando me conociste como amigo, ¿acaso no siempre fui multipolar?, o bipolar como tú dices. Ya nos conocíamos. Sabía cómo me tratabas y aun así quisimos salir.
–No quiero ser fría ni cortante pero mejor dejémoslo así.
–No me puedes cagar así. Me da miedo preguntar si sales con alguien más.
–No puedo, lo lamento tanto.
–Sé que sonará un poco dramático. Hay veces que te espero afuera de tu salón y al final no me animo a buscarte, me da miedo que me sigas evadiendo o grites, no me gusta la bulla, tú sabes. Perdóname por esa vez que leí tus anotaciones del block. Fui un tonto pero lo hice para hacer un momento divertido contigo no para reírme de ti. Tú sabes que nunca supe hacer bromas y es natural que esa noche se me haya pasado la mano, no pensé que te molestaría tanto.
–Realmente lamento si te hice sentir mal, no fue mi intención.
– ¿Pero lo vas a seguir haciendo? ––pregunta él––.
–Yo también te quiero y por eso mismo estamos mejor separados.
–No.
–Si te veo por ahí no evitaré saludarte pero ahí nomás.
– ¿Por qué eso lo tienes que decidir tú? Seamos amigos, no te haré nada malo.
–Ya bueno, cuídate ––segunda despedida––.
– ¿Me vas a borrar del Messenger de nuevo?
–Javier, se feliz.
–No puedo, siento que lo nuestro no está resuelto. Por lo menos conversemos una última vez más, sólo eso te pido. Que sea en la Católica.
–No sé qué hacer para que te quedes tranquilo, ya te dije no tienes la culpa, no seas tan duro contigo mismo. Dale vuelta a la página ––decía, angelical, Lucía, restándole culpa a él y a la vez suelta de huesos––.
–Me quieres hacer lo que Tiger te hizo ––disparó Javier, rabioso––. Lucia yo no soy él, yo nunca te corté la libertad, conmigo tú eres libre y la mejor prueba es que fuiste libre hasta de tratarme como quisiste. Siempre supe que para ser tu amigo, no debía reclamarte nada, dejar que solo seas tú. Bueno, ayudó mi poca templanza y poco carácter. No es justo que te vengues conmigo por lo que Tiger te hizo. Odio a ese pastrulo.
–Esto te va a ayudar, créeme. Como tú dices me pasó lo mismo, ¿y acaso he muerto?
–No hables de morir, por favor. Primero ve al médico. Yo no tengo que vivir de acuerdo a lo que ese huevón te haya hecho.
–Es que tú no entiendes ––deslindó Lucía––.
–Sí entiendo. El daño te lo hizo él, no yo.

Imagen por Honey Pie!

Javier se refería a la forma en que Tiger terminó con Lucía, por un correo electrónico cobarde y rastrero, en que anunciaba su alejamiento sin fecha definitiva de volver. Lucía lloró y claro que no lo esperó. Ahora ella aplicaba una técnica electrónica similar para eliminar a Javier de su vida.

–Quiero hablar contigo por última vez ––insistió él––.
–Ya estamos hablando.
–No así, quiero mirarte a los ojos cuando me repitas esas cosas. Quiero que me niegues que estas haciéndome lo que Tiger te hizo.
–Bueno si no hay nada más que decir…
–Huyes.
–Me voy, Javier ––se despidió por tercera vez––.
–No Lucia. No hemos arreglado nada. Me dejas con muchas dudas. No te cuesta nada hablar conmigo por última vez ––la “última vez”: floro que utiliza todo hombre con ganas subalternas. Intentará llevarla a un hotel––. Después no te volveré a joder, puedo cerrar este libro si me explicas por qué te has separado de mí.
–Ya te dije, con tu actitud me cagas, no puedo estar cerca de ti.
– ¿Cual actitud? Cuando confundimos las cosas me tomé libertades, hice el papel de un novio celoso, tal vez no debí y eso me hizo decir cosas tontas.
–Chau ––cuarta oportunidad para irse––. No tengo idea de cómo diablos reapareciste, supuestamente estabas eliminado ––lo alargó––.
–No seas mentirosa, obviamente tú me agregaste de nuevo pero si no lo aceptas, normal por mí, te entiendo. Tú eres Lucía, no yo. Y a veces eres Lucía sin Lucía.
–No, lo último que hice fue darle click al botón derecho y una opción de eliminar, pero creo me equivoqué e hice la opción inversa. En fin, ya veré cómo eliminarte de verdad.
–Eso sonó muy Kill Bill Volumen XV.

Lucía lo pensó. Pensó hablar con él la siguiente semana, en la fiesta del estudio de abogados, adonde quería llevar a Las Meras, de modo que si Javier iba con ella estaría protegida por sus amigas. Una última vez. No le costaría nada. Él siguió hablándole con textos largos que ella ignoraba.

–Cállate. Estoy tratando de decir algo importante ––dijo ella––.
–Dime. Soy todo oídos, soy tus oídos.
–Para que te quedes “tranquilo”…
–Dime Lucía.
–Nada ya lo olvidé, tú también deberías hacerlo.
–No quiero olvidarte. No encuentro razón. No puedo olvidarte cuando siento que la pasábamos tan bien. A pesar de todo y dejando de lado las mejores cosas que pudimos añadir a nuestra amistad, fuera de todo y de nada, creo que vales muchísimo y me haces bien, no quiero terminar mal contigo, quiero ser tu amigo.

“También quiero follarte de vez en cuando”, no le dijo, “cada vez que me lo permitas, como amigos, claro”, siguió pensando. Si estás triste, si te apetece sexo de una noche, si estás ebria o si simplemente se te ocurrió. Lo siguió pensando mientras Lucía respondía.

–Yo no quiero ser mala contigo ––dijo ella, con inocencia––.
–Hablemos por última vez. Sólo te pido eso. Después, si quieres bórrame de tu vida. Déjame verte una vez más en la universidad. Mañana tengo clase hasta tarde. Si quieres voy a tu casa y salimos a caminar. Vamos al malecón. Siempre me debiste el paseo por Chorrillos.
–El sábado estoy copadísima ––suavemente cedió––.
–Eso no me has contado, estás muy extraña. ¿Qué harás el sábado?
–Trato de descansar y cosas por ahí.
–Te invito a pasear, comamos algo por ahí. Si quieres llevo mi cámara y le tomamos buenas fotos al fraile. Hay que pasear, comer en Chorrillos.
–Si así te portaras de lindo siempre, sería distinto. Pero no, siempre acabas por arruinar. En fin, ahora sí me voy de verdad. Estoy cansada ––quinta despedida––.
–Ya, disculpa que te retenga, pero Lucía, si ya los genios de Palo alto, no pudieron controlar que mi Messenger se metiera de nuevo en el tuyo debe ser por algo, dame una última chance de verte y conversar el sábado ––insistió él––.
–Ya te he visto todos estos días.
–No seas graciosa. Lucía, por última vez, después me borraré de tu vida si me lo pides. Quiero que me mires a los ojos para que me creas.
–Dejemos el drama, ¿sí? Las cosas son simples y claras.
–No, porque te empecinas en no clarificar esto.
–Ya te dije todo.
–Esto que siento tiene un poco de la injusticia que tú le has dado. Y buena parte de lo tonto que fui. Aun así, no me creo estas conversaciones de Messenger, necesito ver tu cara.
–Esas son condiciones que tú pones, de mi parte ya aclaré todo. Si te gusta bien, si no también.
–Son las condiciones más normales, se conversa cara a cara si es algo delicado, si hablo contigo por Messenger es porque busco una respuesta. No lo entiendo y tengo unas teorías que me gustaría que desmientas cara a cara. Claro, suena como una guerra, hay que ir preparado por si duele.
–Debo irme a dormir ––se despide por sexta vez––.
–Espera, espera. Yo también debo irme a dormir. Tengo que acabar un ensayo para mañana, pero qué chucha. Es que Lucía, tenemos mucho de qué hablar.
–“Tenemos” ya es mucho.
–Por favor, ya no sé qué decir, Lucía. Quiero verte, conversar. Que me expliques y pedirte perdón.
–Estate tranquilo, ¿sí? Sólo te pido eso.
–No puedo.
–No me gusta verte así tampoco, me siento mal ––concede ella––.
–Es que pareciera que tú estás tranquila, como si no hubiera pasado nada. Tu actitud de dejarlo todo como está me revienta, me confunde. Para mí las cosas no terminan así.
– ¿Qué puedo decirte para que te quedes más tranquilo? ––pregunta ella––.
–No importa que me digas que me odias, que no me quieres ver, pero dime las cosas en mi cara. Dime si quieres que soy lo peor del mundo, dímelo mirándome a los ojos y me quedaré tranquilo.
–Ya te las estoy diciendo por acá. Para qué necesitas más.
– ¿Por qué me lo dices por acá?, ¿quieres que no me sienta mal? Gracias, no necesito que me cuides. El Messenger es una mierda, no quiero mirar al pasado y pensar, "sí, pues, una chica me terminó por Messenger". Es estúpido y vacuo, me niego a que esta mierda tecnológica haga esas cosas, siento que me hace un insensible y yo no soy un insensible, aunque lo parezca.
–Es que es probable si te vuelvo a ver luego me produzcas ternura por un momento, estilo “Los Cachorros”, y luego tenga que volver a hablarte y en mi plan no está eso.
– ¿“Los cachorros”? ¿“Pichulita” Cuellar? No va a pasar eso, bueno no sé si pase pero me jode esto, que no lo dejes salir, que quieras "dejarlo ahí". Que pase solo. No te puede producir ternura un tipo que tú piensas que es un canalla.
–Exacto. Pero a veces te disfrazas tan bien dentro de tus multipolaridades o como carajos sean tus estados de ánimo.
–Lucía, si fui un salvaje fue porque actué llevado por los celos y la rabia.
–Deja de ponerte como la víctima, que de victima y victimario nadie tiene papel ––aclaró Lucía––.
–Te faltan ovarios, flaca ––retó él––.

Ella cerró furibunda la ventana. Volvió a hablar con Las Meras. Ellas confirmaron la fiesta el otro fin de semana. Ella aprovecharía para colar a sus amigas (y “¿tal vez con Javier?”, se preguntaba en secreto) en la fiesta del estudio Echecopar. Javier sentía que había completado el manual de manipulación al pie de la letra. Sus acusaciones lograron que Lucía se sienta un poco culpable. Con sus intenciones, Javier santificaba a todos los demonios que habían nacido antes que él.

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Esta historia en una canción




ANUNCIOS:
1 Esta novelita trucha llega a su fin cuando volvamos de vacaciones. No le doy más de dos capítulos antes que "Lucía" haga justicia y mande sicarios o me elimine con sus lindas manos. ¡Alégrense!


2 El siguiente post estará dedicado a las Plumas Invitadas 2012. Fueron once las elegidas. Ellas descargarán su artillería en pocos días. ¡Espérenlos! Incluye video de nosotros bailando el vocé me mata.


Gracias por leer el post =)